Mostrando las entradas con la etiqueta relatos. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta relatos. Mostrar todas las entradas

viernes, marzo 11, 2011

Telos, Moteles, Albergues Transitorios : un amor típicamente argentino Parte 2

El cuarto quedaba en el segundo piso del inmueble: pasillos alfombrados, luces tenues, ceniceros de pié, puertas con números, un ambiente entre setentoso y ochentoso horripilante al mejor estilo Olmedo y Porcel.

-¿dónde me trajiste mi amor?-

Respuesta de X: acá venía siempre yo con mi ex novia, es el único que conozco.

A esta altura ya había empezado a odiarlo, junto con su ex, su obsesión, sus encuentros, sus pernoctes, sus cálculos mentales y nuestro aniversario.

Habitación 25. Entramos.

El cuarto es pequeño, lleno de espejos por todos lados, techo incluido, ceniceros pegados a las mesitas de luz correspondientes. Se preguntarán por qué pegados; pues para que nadie se los robe (es increíble como la cultura argentina se encuentra presente hasta en los telos). Pero había un detalle que llamó claramente mi atención, un detalle que nunca en mi vida había visto, salvo en películas: la cama es REDONDA con un cubrecama rojo y unos almohadones en forma de CORAZóN. Una grasada total.

Típico de X empezar a tocar todos los botoncitos como si fuera un avión: que mirá la lucetita roja, que con este botón se enciende la verde, que este es para encender la tele, que este es el control de la radio (odiosamente siempre en un dial de música romántica latina de fines de los 80; ante lo cual digo: “mi amor, apagá esa porquería” (porque la libido se me va al cuerno)

Luego de que X conoce la totalidad de los comandos de la habitación y luego de haberme fumado el cuarto pucho, le digo:

-voy al baño a sacarme las lentes de contacto.

Sobre el bidet del inodoro se encuentra la clásica banda de papel que dice: desinfectado (en realidad confieso a ciencia cierta no sé qué dice la franja de papel porque nunca la leí con atención, pero para el caso es igual, el aroma a desinfectante con ese olor penetrante a frutillita es siempre el mismo).

Vuelvo a la habitación. X está sobre la cama mirando la tele.

-¿Todo bien mi amor? -me pregunta-

-Sí, todo bien - salvo que no veía nada. En eso, diviso una imagen rarísima en la tele, medidas exorbitantes que llamaban mi atención. Agarro la silla más cercana tapizada en rojo por supuesto y me acerco a la pantalla de la tele que estaba 1 metro y medio arriba de mi cara. Asombrada de no entender la escena, le digo a X

-¿ché qué raro eso, qué grande, no, nunca había visto cosa igual?

X larga una carcajada.

-No mi amor, es un caballo

-¿Con un caballo?!!! Mi dios, apagá eso X….

De repente, escuchamos los gritos, gemidos y demás sonidos, provenientes del cuarto de al lado (siempre el del cuarto de al lado se caracteriza por gritar más que uno y suele tener sexo más veces que uno y uno fantasea que seguramente deben pasarla mejor que uno, pero es puro bluff seguro, un bluff de uno)

En síntesis, un desastre.

X y yo no aguantamos más y nos largamos a reír con ganas (siempre en estos casos una buena carcajada suele poner las cosas en su lugar).

Luego de la risa, vino una mirada, un silencio y un primer aprouch apasionado. “Por fin” decía mi cuerpo y creo que el de X también y fue tanto el desenfreno que entre giro y giro olvidamos el pequeño detalle de que la cama era redonda (y los límites de lo redondo son bien diferentes al límite de los cuadrados). Escena, giro, sábanas, piernas de X, piernas mías, giro, se enganchan, acolchado, sabanas, otro giro, piernas, pies, sabanas, todoenredado, último giro apasionado de 360 grados y ¡zas! caemos al piso (demás está aclarar que por supuesto X encima de mí).

Definitivamente algo no había sonado bien en mi espalda y el ruido denotaba que de la Barbie articulable no debía haber quedado nada. Me rompí la espalda, no voy a volver a caminar nunca más, fue lo que pensé y me vi de repente cuadripléjica en el espejo del techo…

-¿estás bien? -me pregunta

-NO, me duele la espalda, me hice pelota.

Comienzo a llorar y a reírme al mismo tiempo. Son de esos dolores que te llegan hasta producir la risa, como unas cosquillas que te duelen, ¿por qué carajo no habremos ido a dormir a casa?

Al ver mi gesto de dolor, X entra en estado de desesperación.

-Perdón, mi amor, me olvidé que la cama era redonda.

(y también te olvidaste de que pesas 30 kilos más que yo).

X me ayuda a incorporarme, me ofrece un suave masaje en la espalda. ¿qué acontece? Me quedo dormida (y cuando digo dormida, digo DORMIDA) y honestamente no me acuerdo de nada más.

A eso de las 5 de la mañana me despierto y cuando abro un ojo me veo en el espejo abriendo un ojo, y me asusté. Entonces me puse boca arriba y me vi de nuevo en el espejo que se encontraba en el techo. Honestamente, yo no sé si por tanto espejo o qué, pero me agarró como una cosa narcisista que se cuadruplicó al descubrir la imagen del cuerpo de X dormido, hermosamente dormido. En segundos todo inspiro me un rapto artístico.

Entusiasmada lo despierto a X.

-¡Mirá mi amor, qué lindo! ¡Vamos a jugar a hacer formas!

y nos quedamos colgamos como dos nenes haciendo esculturas vivas, cual tomas de fotografías; poniendo las sabanas acá, allá, el brazo arriba, abajos, acurrucados, abrazados, piernas entrelazadas, más separados, más juntos, sonriendo, de perfil, de frente, de costado, boca abajo, boca arriba, brazos cobre las espaldas…Éramos Matias Camisani y Dolores Barreiro para la revista popular de turno (salvando las diferencias, claro está).

Luego de un buen rato de monerías estéticas, X se pudre y me dice.

-Bueno basta- y me tapa la cara con la sábana. Yo quiero seguir jugando, él no me deja y vuelve a poner la sábana en mi cara y de nuevo nos miramos… y ahí nos damos cuenta de que más allá de todo (del lugar, del aniversario, de los protocolos obligatorios del telo, de las incomodidades del caso), nos amábamos así, haciendo idioteces; que la pasión en nada tenía que ver con el lugar; y en el mejor momento de ese hallazgo de certeza de nuestro amor, digo, cuando las cosas empezaron a ponerse por fin en su lugar, amigos, sí, en lo mejor, suena el timbre del teléfono, anunciándonos que eran las 6 de la mañana y que debíamos abandonar nuestro lecho de amor.

Palabras de X: “la reconch de la luar” (lo digo así porque es más delicado a la hora de la reproducción). Yo, en cambio, respiré hondo y prendí la ducha fría.

Operativamente nos vestimos e huimos, dejando a los espejos divirtiéndose a solas.

Pero todo no termina acá.

Cuando llegamos a la cochera, X intenta encender el auto; pero el auto no enciende.

-¿qué pasa ahora?

-Me parece que me quedé sin batería.

Bien podría haberme dicho el burro de arranque o la correa que para mí era lo mismo. El hecho era que el auto no arrancaba.

A esta altura ya estábamos completamente resignados a todo, así que reclinamos al asiento y terminamos de hacer lo que habíamos dejado por la mitad.

Después nos quedamos callados un buen rato, nos arreglamos un poco y esperamos a que otra pareja saliera del telo y nos pudiera ayudar a empujar el auto.

En sintesis, así salimos: contentos, sonrientes, extraños, empujados por otros dos, por otros dos que casualmente tenían en su frente un cartel que decía “venimos de garchar, ¿y qué?” .

Fin.

Gute

Nota del Autor: Este texto ha sido redactado tomando numerosas experiencias reales, propias y ajenas, con una leve cuota de imaginación. Cualquier semejanza con la realidad le recomiendo una pronta visita a su psiquiatra de cabecera, o en su defecto cambie de X y deje de mirar tanta porquería en la televisión.

Ahora, entre nos, tuve que dejar una anécdota sin contar porque la verdad que esa sí que no la iban a creer (dos policías en el garage del telo sacando a un travesti del baúl)



No sé que pasa pero estoy con problemas con el formato! Gute

jueves, marzo 10, 2011

Telos, Moteles, Albergues Transitorios : un amor típicamente argentino Parte 1

No sé si les ha pasado a ustedes, pero las veces que he ido a un albergue transitorio fue una situación más que traumática, una mezcla de incomodidad extrema con una psicosis paranoica.
Aquí uno de esos relatos que, por su extensión, lo decidí dividir en dos partes.


Fecha de nuestro aniversario. Mirando la tele vemos un comentario de un "reconocido" sexólogo diciendo que para ponerle más pasión a la pareja es bueno ir de vez en cuando a algún albergue transitorio.
Luego de cine, cena y besos, siguiendo el consejo del mediático sexólogo, decidimos ir a un telo.
Pues bien, el problema es que ninguno de nosotros sabía dónde había uno, ante lo cual X decide preguntar en una estación se servicio –como se imaginarán yo ya estaba escondida en la guantera del auto-.
X vuelve con puchos, chicles, nafta y cara de traer pocas novedades.
- No, el tipo no sabe de ninguno.
- Bueno mi amor, dejá. No hay drama. Nos vamos a casa.-le digo
- Pará, pará -me dice- yo me acuerdo de uno, pero no sé si seguirá existiendo.
Ese “no sé si seguirá existiendo” me dejó tranquila o tal vez a esta altura de la vida y de los años de relación con X esa clase de cosas no me incomodaban.
- Bueno, dale vamos – le dije con tono de resignación, aunque la idea de ir a un telo ya no me estaba entusiasmando demasiado.
Finalmente, nos aproximamos al inmueble.
X parecía no tener mucho problema en entrar; en cambio yo, era un mar de dudas. Luego de 20 minutos de meditaciones, nervios y vueltas a la manzana (y de cien mil argumentos de X completamente inválidos para mi vergüenza), cobré fuerzas y decidí entrar pensando en el grato momento que nos podía aguardar después.
Sin embargo, como siempre, no todo es tan sencillo. Justo en el mismo instante de mi ímpetu y decisión, pasaron por la puerta del telo un grupo de personas mayores…“justo ahora tenía que ser, la p…m…” –pensé, y ahí volví a dudar.
-No, pará mi amor, mejor demos otra vueltita más a la manzana.
¿Es raro no?, pero en esas ocasiones uno sencillamente siente que tiene un gran cartel en la frente que dice: “VOY A GARCHAR” como si esto fuera un pecado (y más si se lo hace saber una persona de bastante más edad que uno). Siempre he pensado que a ese cartel habría que agregarle una nota al pie que dijera: “sí, voy a garchar y ¿qué?”.
Después de dar 24 vueltas a la manzana y que X ha utilizado toda clase de argumentos para convencerme de entrar, decido hacerlo…(la insistencia le gana a la vergüenza, es una ley).
El auto pasa por el clásico cortinado de plástico del estacionamiento. Entramos propiamente al inmueble, rogando que en el hall de recepción no haya nadie más que X y yo. Sin embargo, en estos casos puede haber algo mucho peor: no sólo que haya otras personas, sino que esas otras personas sean conocidas.
Pues bien, mi amado X se encuentra con “alguien” conocido, ante lo cual yo pensé “nunca se encuentra con nadie y justo ahora en este momento se le ocurre hacer sociales con este tipo, que en su vida me nombró”. Indudablemente, más mala suerte no podía tener.
En eso empiezan a charlar como si estuvieran en un café del microcentro y claro, surgen las preguntas y comentarios típicos: “¿Qué hacés loco? ¡tanto tiempo!”, “¡no nos vemos desde el secundario!”; “¿cómo van tus cosas?”; “¿qué hacés por acá?” Pregunta boluda si las hay - me decía yo- qué vamos a estar haciendo acá, lo mismo que vos -esto lo pensé claro, nunca lo dije-.
Obviamente la novia de su amigo y yo con cara de circunstancia, consumiendo cigarrillos cual chocolate en invierno.
-Mi amor dale -dije bajito al oído de X, mister RRPP.
Luego de “agotables” sonrisas de circunstancia y un leve cabeceo, todo estaba dicho:
- Adios, nos vemos pronto (y ojalá sea en otras circunstancias).
Bien. Nos acercamos a la ventanilla donde se encontraba el “conserje”. Opciones varias: cuartos temáticos (fantasías griegas, vikingas, escolares, etc, etc, etc, pues la fantasía da para mucho; yacuzzi, con o sin tele, simple, standar… todas opciones puestas sobre un tablero negro con letritas blancas desmontables, como si fueran gustos de helados)
-Dale mi amor, vamos a una standar y no demos más vueltas -dije con un tono bastante memos dulce que el acostumbrado.
Pero no. Aún quedaba por definir: turno o PERNOCTAR.
Pernoctar verbo pedorro si los hay. Ya escucharlo sonaba aún peor que ver al grupo de ancianos en la puerta.
X comienza hacer sus cálculos mentales entre las ventajas y desventajas económicas de cada una de esas opciones (a todo esto, dos parejas más aguardaban detrás de nosotros)
- Dale mi amor, hay gente esperando-.
Entonces X me pregunta
-Gorda, ¿a qué hora te tenés que levantar mañana?
-No sé mi amor, a eso de las 6 más o menos…
-¿entonces, qué querés hacer?
(¿¡Justo ahora se le ocurre ser democrático?! )
Finalmente opción elegida: pernoctar.
(continuará...)

Agustina Saubidet mayo 2003

miércoles, septiembre 08, 2010

Lo primero es lo primero

Busqué como un loco las llaves de mi casa. Desanduve el trayecto desde el supermecado chino hasta el lugar donde descubrí que me faltaba ese manojo de llaves.

Le pregunté al florista de la esquina, al cajero oriental, el chico boliviano que limpia el piso el supermercado chino (que huele a azafrán) y nada.

Presté suma atención a todas las baldosas que mis zapatos marrones pisaron con descuido; me llevé por delante varias paradas de colectivos, porteros, ancianos y gurrumines que salían del colegio.

Palpé mi sobretodo tantas veces como comí en mi vida y en la desesperación, hasta hundí mi mano en el interior del bolsillo derecho, pensando si las muy malditas no se hubieran metido por el agujero, eterno agujero que juré nunca coser. No estaban allí tampoco, sin embargo lo que sí encontré fueron monedas, unas cuantas de un peso, otras de diez centavos. Encontré hasta un cospel de subte, una tarjeta magnética de la oficina que ya no piso, un carnet del club Harrods Gath y Chaves, un alicate oxidado, un hueso de pollo partido sin suerte, un pedacito de cabo de rosa, una piedra pómez teñida de tinta de birome bic, un anillo de plástico, un poema escrito en un tranvía milanés, restos de tabaco con el que podría armarme siete paquetes nuevos (con razón pesaban tanto mis inviernos.)

Ahí nomás me acordé que no tenía casa y me fui a comprar una puerta. Lo primero es lo primero, me dije; aunque ahora que lo pienso mejor, debería primero desjurar mis juras y coser mi sobretodo.


Gute

miércoles, abril 21, 2010

Cuando la sensación toma al cuerpo, la acción le gana a la cabeza

¿A dónde iría, si pudiera irme, qué sería, si pudiera ser, qué diría si tuviera voz, quién habla así diciéndose yo? Repóndanme simplemente mientras otro con frivolidad, pero con buen gusto, apoya sobre mis vértebras un bien reconocido protector solar.” Y entonces empiezo a encontrar seudas respuestas que no pienso, simplemente me respondo, él su mano, el olor a dermaglos 40, mi piel blanca, su mano sobre una piel que supo de niña llenarse de ampollas y me daba tanta vergüenza de niña que me vieran llena de ampollas en la pileta del GEBA y en realidad era por descuido de los adultos que mi piel se ampollaba. Ahora es distinto; ahora me cuido sola, ahora él y su mano sobre mis vértebras…como dibujándolas una a una y me daría vuelta simplemente para agradecerle que esté ahora él encima de la vergüenza de mis ampollas, pero no le digo nada, porque no tengo voz, porque no tengo respuestas frente a lo que encuentro, yo tirada, la loneta a lunares horrible de mi madre es hoy una bandera de brasil que elegí yo, que no me hace transpirar, sonrío, él no lo sabe, no sabe que soy feliz, tal vez soy feliz por no preguntarme nada ahora, ahora que él me pasa dermaglós 40 y cuenta mis vértebras una a una como trepando una escalera, me hace masajes por toda la espalda, hasta apretar con fuerza los hoyuelos, esos que tengo justo arriba de la cola, esos que hacen que mi culo se vuelva una cara, son puntos centrales de olvido y de contractura, de dolor y de cervicales podridas, él me aprieta como si fueran dos botones, como eyectado todo eso que no quiero de mí, yo no me muevo, por primera vez dejo que me acaricie toda y me llene de crema una y cien veces, que la bandera de brasil se llene de crema, como mis hoyuelos, yo sonrío, mi cara apoyada de costado, con los ojos cerrados, aún veo el mar, porque lo escucho, escucho el mar cuando hay algo del mundo que me calienta y no es la arena.

¿Y a dónde iría? Tal vez la pregunta sea otra, la pregunta correcta es, ¿quiero irme?, ¿qué pasaría si me quedara? Tomo sus manos, las detengo con fuerza, me doy vuelta, él se sorprende, mis piernas rojas se enganchan en sus pantorrillas marcadas, y se trepan hasta llegar a su espalda. Me lleno las manos de crema, lo tiro encima mío, no hay espacio para respirar, lo sabe-lo sabemos, yo llena de crema, mi cuerpo lleno de crema, de su crema maldita, puta, que nos pega, que nos perfora, separarnos ya no podemos, mis manos llenas de crema perforan sus vértebras. No hay dolor. Lo miro, siento que lo miro yo, él no me mira, él sangra y mis manos sólo buscan más sangre. El mundo parece ahora pertenecer a otro mundo que no somos nosotros, tengo miedo, mucho, me tira del pelo, para atrás, mis vértebras suenan, respira junto a mi oreja, lame mi oreja, la muerde, lo beso y tiene gusto a dermaglos, pero ya sin número; me vuelve a tirar del pelo, mis ojos se llenan de lágrimas, pero lágrimas de ardor, como si el pelo ardiera… estrujo mi manos hasta llegar a sus riñones, emite un quejido, le duele, me gusta que le duela porque sé que fue por la presión de mis manos, como si emanara de mis tentáculos todo mi dolor, mi goce y le llegara hasta sus riñones, hasta perforarlos, hasta gemir, hasta acabar sin buen gusto, envueltos en dermaglos.


Agustina Saubidet Bourel


PD: a falta de muzza, una grande, publico cosillas del taller de escritura, mientras vuelvo a los borradores de mi novela inconclusa, toujours…Mi profe Alfredo Staffolani, alias Staffo, se comprometió este año a lograr que mi escritura pase del pajerismo mental de los mundos adentro, a la acción realizada. Entonces, tiró consigna tensa entre esos dos mundo, el de Beckett y la mano de un otro pasándole protector al cuerpo del personaje (intervención de Staffo sobre Beckett). Me metió en un brete y la solución más fácil era el pajerismo mental; pero no, cada vez que me metía en el mundo de adentro, para evitar conectar con la acción, Staffo me decía, "no no, ponele acción, conectate". Así que le puse un poco de acción al cuerpo, conclusión: el título del post.

Ok voy a dejar de leer a Beckett y me voy a poner las pilas con Carver y Faulkner y a recordar una y otra vez, a Sallinger y sus nueves cuentos.



domingo, abril 04, 2010

Feriado: las pibitas del subte

a María, de Esquel
Estoy sentada en el subte D. Es feriado y lo sé porque no viajo parada. Cuatro o cinco pibitas suben al vagón, son de esas pibitas que venden gomitas de pelo o costureros por dos pesos que guardan en una bolsa de nylon negra, a veces blanca o verde.
Son muchas, rara vez hay tantas juntas (tal vez es porque es feriado). Tienen diferentes edades, uno las supone porque algunas comienzan a desarrollarse y otras aún son muy niñas, las más grandes cuidan de las más pequeñas, casi por descuido; y todo transcurre con “normalidad” en el subte, una imagen cotidiana y en realidad, en ese desarrollo temprano de los pequeños pechos que se esconden detrás de remeras ajustadas, hay una niña (que esconde sus pechos para seguir siendo niña) y uno piensa en los millones de hijos de puta que pagan por tener sexo con esas niñas, por el sólo hecho de sus pechos pequeños y entonces todo se vuele un asco, un rechazo a esa realidad que uno no concibe, ni por descarte de opciones. Son NIÑAS.
Niñas que usan por lo general zapatillas de colores, el pelo largo, lacio, atado, a veces ya teñido, a veces natural trigueño; usan calzas ajustadas y remeras coloridas que jamás combinan a los ojos de los otros, y en las uñas de las manos, un esmalte saltado que deja ver una mugre de uña percudida, de mano que ha pasado por millones de lugares, menos por agua, y yo me detengo simplemente a mirarlas…a pensar en esos detalles.
Algunas hablan a los gritos, otras al oído entre ellas. Se rién; pero son de esas risas que duran poco. La más benjamina debe tener cuatro año. Apoya su cuerpo en el pasamanos que va hasta el piso, en el fondo del vagón. Esa chiquita posee una belleza tan profunda en los ojos, mezcla de ingenuidad y desilusión, como si estar ahí fuera un juego y no tanto, como si tuviera ya conciencia de que esa vida de subte ya no es un juego, porque no la elige, porque ya no elige jugar a eso. Veo esa mirada, tengo la cámara de fotos conmigo, pero no le encuentro sentido, pienso en la nena, en su vida. Como esa vez, hace algunos años que me encontré con un chiquito de la calle, por Pueyrredón y Santa Fe, llorando porque no había conseguido vender nada y no pude más que comprarle un par de biromes y un paquete de carilinas, para tapar mi culpa social, un poco lo que hacemos todos, o no todos, algunos, aunque no todo el tiempo… de golpe, recordé a ese chiquito, no sé porqué recordé sus lágrimas grises, en el instante en que salí hoy del subte y pensé en escribir sobre esto, esas lágrimas de mugre. Puta pascua.
Aún resuena en mí, los ojos de ese chiquito angustiado, temeroso, triste, un pibito que no tendría más que 7 años en aquel entonces, que iba a la escuela, en aquel entonces; o esa chica que pedía en el vagón y que su mamá tenía celular, allá por el 99 y me dio una bronca. Uno ve todas esas fotos juntas y piensa, bah, no sé, yo pienso, algo no está bien; tal vez mi silencio no esté bien, esto también forma parte de la vida, de las cosas, de la cosas que elijo no sacar con mi cámara y que prefiero plasmarlas en un papel. Aunque también es un poco absurdo escribir sobre esto.
Cuando llegué a Paris buscando otra realidad para ver, lo primero que me pasó al tomarme el tren rumbo al centro, fue que un tipo me dejó un cartelito en francés diciendo, me llamo X tengo tres hijos, bla,bla,bla historia que todos conocemos y me dije: ¿viajé tantos quilómetros para encontrar más de lo mismo? Y en realidad no era lo mismo, porque ese tipo, estaba solo, no estaba camuflado por la imagen frágil de un niño, si tal vez por un relato que apelara a la desprotección, pero sin exponerla como un zoológico.
La vida adulta… hasta acá mi vida con lo que pude: juego ahora un solitario donde nadie puede ganar de mano, ni irse al mazo. Soy yo contra mí misma
Dos alternativas para apostar: puerta derecha, amor; puerta izquierda, arte ¿cuál elegís, Saubidet?
Ser adulto implica también hacerse cargo de esas elecciones y pienso en esas pibitas del subte, qué opciones tuvieron, o tienen. De chico no sé si hay opciones; con el arte no se come sobre todo de niño, con el arte se juega, o eso debería ser, porque tanto el arte, como el juego se plasman a partir de la fantasía, y la fantasía no es la realidad: una cosa es jugar a ser adulto, otra muy distinta, es serlo. La fantasía radica pues en eso, en creer que se… pero no serlo, ni estarlo y estas pibitas no jugaban, eran adultas, ¿eran adultas por falta de opciones? De qué carajo sirve el arte en estos casos, de qué carajo sirve jugar; de qué amor estamos hablando, ¿acaso arte y amor son opciones para ellas? Siempre creí que mientras más conectáramos con el arte, mayor era la posibilidad de revolucionar al mundo, aunque sea el propio; hoy no sé si pienso lo mismo. Ahora, en este instante, en lo único que pienso, es que empieza a hacer frío en buenos aires y pienso en el frío y en esas pibitas del subte también, pienso en el frío de esas pibitas que nunca las dejamos ser niñas.

Agustina Saubidet Bourel

PD: gracias María por la charla de hoy en la plaza, me hiciste pensar y sentir mucho. GRACIAS
PD: no sé por qué, pero me acordé de una canción que escuchaba de chica, que me hacía llorar tanto como Carito. El pibe Ramón, de Piero "y siempre andaba con los pies descalzos, inaugurando baldíos y plazas... y la inocencia la perdió en los charcos y veinte letras que se aprendió y así se fue tuteando con la bronca..."

viernes, marzo 05, 2010

Relatos de embarque, Chile 2009

Cola de migraciones, me encuentro con un yankie que me pide disculpas. Me pregunta de dónde soy, a dónde viaje. Le contesto que a Chile, me habla en inglés, le contesto en inglés, le digo que a visitar a una amiga, le digo que vive en Providencia, me dice que Providencia es como Avenida Corrientes, con un acento bien claro en español, me dice que su padre es venezolano y su madre, italiana. Le hablo a partir de ahí en español. Me dice que vive en Nueva York, que ama Argentina, que quiere ser alcalde, piensa en Tinelli. Me resulta pesado, tedioso. Hacemos la fila, otra más, le digo que me siento una hormiga, le digo hormiga en inglés, para que entienda. Me dice que vayamos por la izquierda que hay menos gente. Es verdad. Le pregunto sino será para bisnesclás, me dice que no, parece que en migraciones somos todos iguales, potencialmente sospechosos. Me dice que la gente va menos por la izquierda, que sólo el 22% de la población usa la izquierda, le pregunto si está hablando de política. No, vuelve a explicarme que habla de la gente que usa la izquierda, vuelvo a reiterarle la ironía… (creo que no la entendió).
Me toca la ventanilla 2 de migraciones; a él, la 3 (me siento aliviada). Como un murmullo escucho que vuelve a decirle al de migraciones que le gusta tanto Argentina que le gustaría ser un alcalde tan popular como Tinelli.
Cuando termino mi trámite, me voy corriendo de migraciones, no lo quiero ni cruzar. Busco una sala para fumar, me indican que tengo que pasar como tres pasillos que me suenan a una larga cordillera. Finalmente llego, es un cuartucho, entro, casi muero asfixiada. Hay un tipo sentado, pienso en su cara, morirá de cancer. Por la pantalla, veo mi puerta de embarque, 12, qué número. La puerta 12.

Agustina Saubidet, marzo 2009, cuando aun no tenía la cámara de fotos
PD: no sé por qué, después de tanta ausencia del blog, necesito sacarme estos textos de encima.

lunes, diciembre 07, 2009

El cuadro de la abuela

(Nota del autor: Relato armado con dos fragmentos del post del 06/07/2009 , Llueve en Buenos Aires, re cortado, re editado, re insertado, reinterpretado, re contextualizado. Re, una linda nota, re menor bella tonalidad).

Llueve y mis plantas se mojan, mis canteros, mis baldosas (ojalá no mi piso flotante, porque intuyo que no sólo va flotar, sino a levitar)


-Me llamaron por teléfono, parece que se quemó el patio de la abuela – alcance a decirle a papá.
Yo me voy para allá. Cuando tenga novedades te llamo.
- Llevate el piloto.

No sé si hice bien en contarle lo de la abuela, aunque tenía que saberlo.

Llego. Hace mucho que no iba, creo que desde que se murió. Me equivoco de puerta. Nunca entendí por qué tenía dos puertas de entrada. De chica me sentía una princesa al cruzarlas.
Hay policías por todos lados, me preguntan quién soy, contesto que la nieta de la dueña. Me explican que se incendió la panadería de al lado y que las plantas del patio se prendieron fuego, que si no hubiera sido por la lluvia…
No entiendo nada. Me hacen preguntas: que hace cuánto estaba deshabitada. No sé, desde que murió la abuela.
Decido recorrerla. Me siento como cuando iba a festejar mi cumpleaños; pero mi abuela ya no está, pienso.
Quiero encontrarlo, que no se haya quemado todo; busco el cuadro con su retrato, no lo encuentro. Voy al pasillo, un corredor eterno con una alfombra marrón de plástico despegado. Nunca entendí porque no dejaban que el parquet se luciera. Busco el cuadro en otra pared, entro en todas las habitaciones. Vuelvo a recorrer el pasillo, ese que de chica me parecía interminable y hoy, lo siento más breve, algo así como las vacaciones de invierno que ya no tengo.
Vuelvo al living. Le pregunto al policía si vieron el cuadro de la abuela (ese que le pintó su hermano Juan, cuando mi abuela era joven, una mujer que no conocí).
Mamá siempre me dice que hay que buscar las cosas por los lugares lógicos y que cuando eso se acaba…
Voy al baño. Encuentro el cuadro en la bañadera. La ducha está abierta, el cuadro todo mojado, quiero cerrar la canilla, gira en falso. ¿Qué hago? Cierro la puerta del baño, me desvisto. El jean no me pasa por los zapatos, lo empujo con fuerza hacia abajo. Sale. Agarro el banquito de metal del baño que está abajo del lavatorio, tan oxidado como el de la cocina. Lo pongo adentro de la ducha, me subo al banquito oxidado, intento enroscar el pantalón para que el agua deje de salir.
Durante unos segundos parece haber bajado su caudal, pero sigue cayendo agua. Me saco la blusa, se me rompe un botón que rueda hasta la rejilla y cae.
El pantalón explota y pega contra cuadro. Enrosco con fuerza la blusa, la aprieto como si fuera un marinero desesperado. No sé hacer nudos.
Empiezo a transpirar por las manos, la frente, una gota pasa por entre mis pechos, los pega.
Tocan la puerta.
-¿Señorita, está bien?
No contesté. Me miro. Estoy mojada y con la ropa interior toda húmeda.
El cuadro empieza a flotar, choca con el banquito, lo empuja, se resbala, no llego a saltar.
-¿Señorita, está bien?
-Sí- grité.
Miro la bañadera, el cuadro se desarma con el banquito, mi ropa interior está mojada, me veo caída, el lienzo flota en la bañadera hasta cubrir mi pecho, mi rimel corrido se mezcla con el agua desteñida en millones de cuadros, el banquito a mis pies, mis pies que tocan el metal de la canilla, juego con la canilla, como cuando mi abuela me enjuagaba el pelo con sus manos y derramaba con sutil delicadeza agua tibia sobre mi pelo, supe ser la princesa…
El rostro de mi abuela se derramaba por la rejilla.
Me siento una princesa, soy una princesa, eterna princesa.

Llueve y mucho y sin parar y llueve, y me gusta, y no me cansa (hay cosas que se repiten y no me cansan; otras se repiten dos veces y ya me cansaron, y no me refiero a esa música que me gusta y que puedo escucharla infinidad de veces).


Agustina Saubidet Bourel


viernes, diciembre 04, 2009

Ebelino y sus teoría ambulantes

Ebelino sale como todas las mañanas a la siete, con su jeans gris, su remera limpia (la que tenga) y su bolso de futbol gastado, repleto de chucherías para vender en el centro de Trelew. De su familia sólo conservaba el nombre de su abuelo materno, Ebelino Lopez y un saco de vestir viejo que, decían, era de su tío.
Sobre la plaza principal, en frente la Iglesia, colocaba todos los días una sábana doblada en cuatro y encima de la sábana, vaciaba el contenido del bolso y lo ordenaba como si fuera un abanico de regalos (siempre para otros).
Ese oficio lo fue aprendiendo desde los 7 años, cuando se quedó definitivamente solo. Al principio se limitaba a ver lo que los otros hacían, cómo lo hacían, qué vendían. Y así Ebelino vio pasar hippies, artesanos, modas, juguetitos chinos inservibles que los padres compraban en general los domingos a la salida de la iglesia, para hacer callar a sus hijos, hasta que empezara la función de títeres.
Ahora, Ebelino tenía 15 años y ya no sólo miraba, sino que iba comprando y vendiendo diferentes cosas, probando las modas de turno (en general no se equivocaba). Tampoco ahora estaba tan sólo porque la tenía a Marta, una joven peluquera que oficiaba las veces de madre, hermana, amante, amiga, cocinera y maestra.
En la plaza de los pueblos, siempre pasan cosas, muchas, no sólo chucherías.
Al pie del monumento central, siempre estaba el loco Cañete, típico loco de los pueblos pequeños, un personaje ya histórico, que estuvo mucho antes que Ebelino y seguramente también lo sobrevivirá, porque así es la locura, eterna.
Cañete no vendía nada, sólo hablaba a grito pelado sobre las profecías de Nostradamus, eso sí, siempre parado arriba de su banquito. Parecía que nadie lo escuchaba, que nadie lo veía, pero Ebelino sí. Siempre escuchaba atentamente sus relatos e iba anotando en su libreta algunas frases que el Loco Cañete decía. Así fue, como el joven vendedor de ambuleterías, llegó a la conclusión de que el fin del mundo había ocurrido muchas veces, mismo antes de que el naciera; que no había una fecha exacta para que la humanidad desapareciera; que el fin del mundo era para cada uno, un día.
Para Ebelino, el fin del mundo iba a llegar el día que se comprara un auto, no tanto por el fin del mundo, sí tal vez para conquistarlo. Mientras tanto seguiría yendo a comer a lo de Marta, y a besarla otras tantas; seguiría yendo todos los días a la plaza con su jean gastado (y la remera limpia que tenga) a vender chucherías, a escuchar a Cañete, y tener siempre a mano su libreta y un paraguas grande, casi como una sombrilla, no vaya a ser que se venga el diluvio - pensaba Ebelino- y se me mojen las cosas y entonces no pueda comprar el auto y no llegue mi fin de mundo (ese mundo que Ebelino pareció nunca haber elegido).

Agustina Saubidet

martes, diciembre 01, 2009

Cartas de amor sin findes de lucro

Vamos, esto no tiene que ver con el amor, el amor llega mucho después. Con suerte – dijo Manuel la primera vez que se conocieron mientras apoyaba su mano derecha sobre el pecho izquierdo de Inés. Y tenía razón y ambos lo sabían ya de memoria (no por tener la misma edad, ni la misma cantidad de pelo; sino por leer casi los mismos libros y bailar las mismas canciones, cansados de los mismos cansancios). Ambos lo sabían; pero el secreto para volverse a ver era que ninguno de los dos lo dijera.

“Nunca en un primer encuentro hay que hablar de amor”, piensa Inés, el amor viene mucho después: es verlo dormir, escribirle una carta manuscrita y enviársela por correo argentino; es verlo enfermo y abrazar su fiebre hasta volverla sexo; es mirar su andar desprolijo y amarlo igual. Eso es el amor y mucho más también.

El amor no está nunca en el primer encuentro y aún cuando, en esas raras ocasiones, se atisba un asomo de amor, en general si eso pasa, ese amor nuevo, pequeñito se transforma enseguida en miedo viejo. Por eso ambos sabían que la primera vez, nunca se trata de amor y esto, aunque se sepa de memoria, nunca hay que decirlo.

Tiempo después hablé con Inés, le pregunté por Manuel, me dijo que no lo había vuelto a ver, y ahí entendí que hay veces que no es bueno saber demasiado algunas cosas, porque saberlas nos reafirma en la memoria agrandando el desencuentro y la lista de los porquenós. El saber de memoria, nunca nos eyecta hacia el futuro incierto de la rutina no inaugurada (y quizás esto tampoco quiebre el transcurso de la historia, digo, animarnos al futuro incierto; pero al menos, pienso, nos permite escribir la historia en los márgenes, donde todo es otra historia, donde parece haber menos miedos, o al menos eso creo, no sé).

Me quedó una duda, ¿qué hacía la mano derecha de Manuel en el pecho izquierdo de Inés? Rien d’amour. Rien de rien?

Gute


Bonus track del post Fernando Pessoa, Diálogo en el jardín del palacio - El Privilegio de los Caminos

“B. [el Hombre]
¿Valdrá la pena amar lo que podemos tener? Amar es querer y no tener. Amar es no tener. Lo que tenemos, lo tenemos, no lo amamos.
A. [la Mujer]
¡Y si nos amáramos a pesar de todo !
B. [el Hombre]
No, ahora, no se puede más. Nosotros descubrimos en un instante lo que la gente feliz no descubre en toda su vida, lo que la gente infeliz sólo descubre después de mucho tiempo. Descubrimos que somos dos, y que por eso no nos podemos amar ni tampoco imaginar que se ame.
A. [la Mujer]
¡Pero yo te amo tanto, tanto! Si decís eso, es porque no te podés imaginar cuánto te amo.
B. [el Hombre]
No, es porque yo sé cuánto no me podés amar... Escuchame. Nuestro error fue pensar en el amor. Sólo hubiéramos tenido que pensar al otro. Así nos hemos revelado, descubiertos de la ilusión para ver bien cómo éramos, y vimos que éramos apenas como una ilusión. Al fin, no somos nada más que Dos. Al fin, somos una epopeya eterna - el Hombre y la Mujer...
A. [la Mujer]
¡Oh, mi amor! ¡No pensemos más, no pensemos más! Amémonos sin pensar. ¡Maldito sea el pensamiento! Si no pensáramos, seríamos siempre felices... ¡El que ama no necesita saber que ama, ni pensar el amor, ni lo que es el amor!”

(cierro cita de Pessoa)

sábado, noviembre 21, 2009

Llena de algodón de azúcar


Estoy mermelada, toda pegoteada, como cuando era chica y se me llenaba la boca, la remera, las manos de miel, helado, dulce de leche, algodón de azúcar.
Sé que hablar, desmermela, también un buen baño de inmersión; pero para eso tengo que perder el miedo a no morirme en una bañadera, donde siento, no hago pie.
El sexo desmermela, aunque no siempre; a veces es como si te llenaras el cuerpo de miel arriba de otra capa de miel y otra, y otra y ahí te das cuenta de que lo único que puede desmermelarte es otra lengua, no cualquiera, otra, quizás la portuguesa, el pollo a la... la lengua que lame como la de los gatos, como la que come helado, esa lengua tuya que tenés y que extraño, porque ahora estoy toda mermelada y extraño que me desmermeles.

Gute Saubidet (foto + texto)

lunes, septiembre 28, 2009

Relatos de Dibujo Imaginario

Ya no escribo los domingos, los domingos están para descansar de eso que pasó en la semana; aunque no siempre entendamos qué pasó.

Sabemos al menos que nos empuja a escribir un lunes, relatos que nadie entiende, que nadie lee, que fueron escritos y ya.


Fiesta, terraza, fotos, amigos, queloscumplasfeliz

Más charlas, vino

CharLas de vino, devino en charla

Chapoteamos en DIBUJOS

En la docencia

en marcas de cámaras y en ángulos

Eso de habitar el mundo en portugués

Bajo las amistades Antiguas

Que siempre son bienvenidas

Ella y él, hablan, los veo de lejos, están en la terraza

sentados a un costado

Los sé bien, estoy tranquila, hay que cuidar a los amigos,

Entonces me relajo y puedo b a i l a r

Yo prefiero bailar en la cocina, donde se cocina la cosa y hace menos frío

El espacio es lo de menos,

Me salgo de mí, de mi rol de bailarina y bailo

Y bailo tan adentro mío que me olvido de mí

Hasta que vuelven las fotos

y algo me interrumpe el movimiento

Una voz mora, una voz salida de bares de esquina

Improvisada,

desprovista de trajes almidonados

y el vaso de vino que contiene el Pequeño Sorbo que aun no fue

Yo digo todo lo que tengo al alcance,

cual-quier-cosa

para convencerme de que un silencio vale

después de mucho ruido de charla

vale TANTO como ese silencio de la avenida

por donde ya casi no pasan los bondisendomingo,

sólo árboles Y frío Y lluvia

Y ahí puedo escuchar el silencio, un rato, hasta que llegue a casa

Y vuelva a salir, una y otra vez, un domingo

Para escribir eso, que es mejor

escribir un lunes.


Agustina Saubidet

PD: Lo que se omite, se calla; aunque lo escrito, escrito está.

Foto de alguna calle de San Telmo, septiembre 2009.



lunes, agosto 31, 2009

Nadie se muere en la víspera (24 de diciembre de 2012, Punta Lara)

Acabo de volver del cementerio. Mi casa es un quilombo. La ropa está en el piso mezclada con diarios y papeles de trabajo. Tiro la corbata sobre la mesa (total, ya tiene varias manchas). Tengo la boca pastosa y no hay ninguna taza limpia como para tomar un café. Me pica la barba, me rasco. Me siento en el sillón amarillo, ahora casi ocre. Prendo la televisión, pero no hay nada para ver, voy y vengo del canal 2 al 98. Tampoco hay nada para tomar y tengo mucho calor. Me sigue picando la barba, pero esta vez me rasco contra el apoyabrazos del sillón. Voy a la cocina, abro la heladera. Funciona pero siempre está vacía (sólo un poco de jamón cocido endurecido junto al queso). Intento dormir en el sillón. Tengo frío y entonces me paro y voy al placard a buscar una colcha; pero están todas rotas, con agujeros. En eso suena el teléfono, no quiero atender, mejor espero a que el contestador lo haga por mí (igual bajo el volumen por si los vecinos chillan). Vuelvo al sillón. Tengo ganas de mear, pero no de caminar hasta el baño. Agarro una botella de coca cola vacía que está en el piso, al lado del sillón. Me bajo el cierre, la botella parece estar a punto de derretirse en mi mano, pero aguanta. De chicos siempre hacíamos eso con Quique, pero él siempre meaba más que yo. ¡Qué macana lo de Quique! Su manía de andar rápido con la vida. Otra vez voy a la cocina y tiro por la bacha el contenido amarillo de la botella. Tres moscas se espantan; pero vuelven a posarse en los platos sucios que están en la pileta. Tiro la botella a la basura. El tacho rebalsa. Vuelvo al sillón. Me toco los dientes. Las paletas de adelante me duelen. Recuerdo algo de esta mañana. El momento en que sellaron el cajón, ese momento en donde “el ruido te perfora los dientes como una lima de dentista y la memoria se te llena de herrumbre, de olores descompuestos y de palabras rotas”.(1)

Me paro. Me sueno la nariz con mi pañuelo celeste y azul, los mocos de esta mañana se secaron. Estoy transpirado.

Hace mucho que no lo veía. La última vez me había mandado a la mierda; según él lo tenía merecido… que sé yo. Siempre me decía que uno muere cómo vive (¿habita el mundo cómo muere?) y cómo vive es, (¿cómo habita el mundo, es; o el mundo es como uno vive?); cada cosa que hacés te nombra, como cada objeto que te rodea y uno hace lo que puede con cada cosa, como con el mundo.

Agarro el desodorante que está justo al lado de la corbata. Vuelve a sonar el teléfono. Atiendo. Mejor, no atiendo.

“ojalá la muerte me encuentre bailando con vos”, eso se lo dijo Quique a una novia, cuando se conocieron. Yo me cagué tanto de risa cuando me lo contó, me pareció una cursilería... ¡Qué estúpido! y lo peor, la mina le creyó; él le creyó a la mina, se casaron y al final, cuando la muerte lo encontró a Quique, ella ni siquiera iba en el auto. Quique bailó solo, parece… ¡qué boludo!


Una imagen empapa mis pupilas. Tengo sueño




Agustina Saubidet

1. Cita de Oliverio Girondo

lunes, agosto 10, 2009

Esquinas (urbano buenos aires)

Era de noche, apenas de noche, hay días que son apenas de noche. Toma su gamulán de cuello marcado y mangas frías (los gamulanes tardan en tomar calor) y abre la puerta.

Camina por el barrio como buscando una novedad que no parezca cotidiana, descubrir en su barrio un detalle que lo vuelva aún más barrio.
Llega hasta la esquina de Sanchez de Bustamante y Charcas (justo ahí donde Bustamante casi desaparece, justo cuando su olor se vuelve de Almagro). Hacía rato no pasaba por esa esquina pintada.


Cinco rostros de hombres, que bien podrían ser él, lo miran sin mirarlo desde el muro. El hombre cruza la calle y los observa mejor a la distancia. Un poste de luz con un cartel de yoga interrumpe los rasgos de uno de ellos... Del rostro de otro, alguien ha destruido una gran parte de la pintura cerca de la nariz ….El hombre simplemente se limita a mirarlos con discreta atención.


Una pareja se besa como si fuera la última vez (como esos besos de días que son apenas de noche), delante de uno de los rostros (que se comueve y llora una gran lágrima azul, densa que parece no moverse).


Las esquinas no hablan, por eso son esquinas. El hombre no piensa eso, el hombre no piensa, por eso es hombre, por eso llora; por eso llora en una esquina (con lágrimas secas, como esos días que son casi de noche).


Agustina Saubidet y sus problemas de formatos