miércoles, septiembre 08, 2010

Lo primero es lo primero

Busqué como un loco las llaves de mi casa. Desanduve el trayecto desde el supermecado chino hasta el lugar donde descubrí que me faltaba ese manojo de llaves.

Le pregunté al florista de la esquina, al cajero oriental, el chico boliviano que limpia el piso el supermercado chino (que huele a azafrán) y nada.

Presté suma atención a todas las baldosas que mis zapatos marrones pisaron con descuido; me llevé por delante varias paradas de colectivos, porteros, ancianos y gurrumines que salían del colegio.

Palpé mi sobretodo tantas veces como comí en mi vida y en la desesperación, hasta hundí mi mano en el interior del bolsillo derecho, pensando si las muy malditas no se hubieran metido por el agujero, eterno agujero que juré nunca coser. No estaban allí tampoco, sin embargo lo que sí encontré fueron monedas, unas cuantas de un peso, otras de diez centavos. Encontré hasta un cospel de subte, una tarjeta magnética de la oficina que ya no piso, un carnet del club Harrods Gath y Chaves, un alicate oxidado, un hueso de pollo partido sin suerte, un pedacito de cabo de rosa, una piedra pómez teñida de tinta de birome bic, un anillo de plástico, un poema escrito en un tranvía milanés, restos de tabaco con el que podría armarme siete paquetes nuevos (con razón pesaban tanto mis inviernos.)

Ahí nomás me acordé que no tenía casa y me fui a comprar una puerta. Lo primero es lo primero, me dije; aunque ahora que lo pienso mejor, debería primero desjurar mis juras y coser mi sobretodo.


Gute

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