lunes, agosto 31, 2009

Nadie se muere en la víspera (24 de diciembre de 2012, Punta Lara)

Acabo de volver del cementerio. Mi casa es un quilombo. La ropa está en el piso mezclada con diarios y papeles de trabajo. Tiro la corbata sobre la mesa (total, ya tiene varias manchas). Tengo la boca pastosa y no hay ninguna taza limpia como para tomar un café. Me pica la barba, me rasco. Me siento en el sillón amarillo, ahora casi ocre. Prendo la televisión, pero no hay nada para ver, voy y vengo del canal 2 al 98. Tampoco hay nada para tomar y tengo mucho calor. Me sigue picando la barba, pero esta vez me rasco contra el apoyabrazos del sillón. Voy a la cocina, abro la heladera. Funciona pero siempre está vacía (sólo un poco de jamón cocido endurecido junto al queso). Intento dormir en el sillón. Tengo frío y entonces me paro y voy al placard a buscar una colcha; pero están todas rotas, con agujeros. En eso suena el teléfono, no quiero atender, mejor espero a que el contestador lo haga por mí (igual bajo el volumen por si los vecinos chillan). Vuelvo al sillón. Tengo ganas de mear, pero no de caminar hasta el baño. Agarro una botella de coca cola vacía que está en el piso, al lado del sillón. Me bajo el cierre, la botella parece estar a punto de derretirse en mi mano, pero aguanta. De chicos siempre hacíamos eso con Quique, pero él siempre meaba más que yo. ¡Qué macana lo de Quique! Su manía de andar rápido con la vida. Otra vez voy a la cocina y tiro por la bacha el contenido amarillo de la botella. Tres moscas se espantan; pero vuelven a posarse en los platos sucios que están en la pileta. Tiro la botella a la basura. El tacho rebalsa. Vuelvo al sillón. Me toco los dientes. Las paletas de adelante me duelen. Recuerdo algo de esta mañana. El momento en que sellaron el cajón, ese momento en donde “el ruido te perfora los dientes como una lima de dentista y la memoria se te llena de herrumbre, de olores descompuestos y de palabras rotas”.(1)

Me paro. Me sueno la nariz con mi pañuelo celeste y azul, los mocos de esta mañana se secaron. Estoy transpirado.

Hace mucho que no lo veía. La última vez me había mandado a la mierda; según él lo tenía merecido… que sé yo. Siempre me decía que uno muere cómo vive (¿habita el mundo cómo muere?) y cómo vive es, (¿cómo habita el mundo, es; o el mundo es como uno vive?); cada cosa que hacés te nombra, como cada objeto que te rodea y uno hace lo que puede con cada cosa, como con el mundo.

Agarro el desodorante que está justo al lado de la corbata. Vuelve a sonar el teléfono. Atiendo. Mejor, no atiendo.

“ojalá la muerte me encuentre bailando con vos”, eso se lo dijo Quique a una novia, cuando se conocieron. Yo me cagué tanto de risa cuando me lo contó, me pareció una cursilería... ¡Qué estúpido! y lo peor, la mina le creyó; él le creyó a la mina, se casaron y al final, cuando la muerte lo encontró a Quique, ella ni siquiera iba en el auto. Quique bailó solo, parece… ¡qué boludo!


Una imagen empapa mis pupilas. Tengo sueño




Agustina Saubidet

1. Cita de Oliverio Girondo

2 comentarios:

M dijo...

Pues mira que me has tomado el pelo. Yo pensando en un inicio de novela, y todo pareció ser la larga (pero interesante y hechizadora) introducción para el minicuentito pigmeo sin pigmentación racista que empieza cuando se menciona la frase, que personalmente no considero cursi, ¿la miel me domina estos días? Y decir que el final no lo pilló bailando. Y hablando del yo me mié conmigo, siempre había tenido la idea de decir algo respecto a las botellas de coca cola llenas de orines que se encuentra uno en las calles (de repente la coca cola se hizo rubia). Pero con la larga introducción de éste breve relato se me han quistado las ganas. Quizás ahora me ponga ahablar de las garrapatas que no agarran nada, porque para garras las del tigre o las del vagabundo porDIOScero.

Bizomáticas dijo...

sería un buen comienzo para tu novela, Mauri.
Garrapatas PorDio¿sera? que no agarran nada.
Abrazo,
Gute