jueves, marzo 24, 2011

24 de marzo de 1976 - 24 de marzo 2011

Baldosas por la memoria- Almagro Balvanera- 27 de febrero 2010, por Agustina Saubidet

miércoles, marzo 23, 2011

Diálogos imposibles

-¿Por qué sistemáticamente rechazás las cosas que te ofrezco?

-Yo no las rechazo, simplemente porque vos no me las ofreces. Fueron cosas arrojadas y las cosas arrojadas son del viento; puede agarrarlas cualquiera; y yo, en ese sentido, prefiero cedérselas a otro.

-Yo no arrojo las cosas, tal vez las dejo caer

-Las dejás caer como si no te importaran. Es lo mismo que arrojar.

-Y aún siendo así ¿por qué las rechazás?

-No las rechazo, simplemente no las agarro.

-¿Y por qué no las agarrás?

-Porque son del viento, te dije

(pero intuyo que jamás lo entendió)


Gute Saubidet diálogos entre la racionalidad y la poesía, entre el ingeniero y el bricoleur.

lunes, marzo 21, 2011

Los dictámenes y el tiempo

“Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente” (1) Siempre resultaba difícil resignarse a esos dictámenes cortazeanos, algo así como una norma justa, impuesta por otro llamado tiempo o espacio: momentos. Ese era el término correcto, momentos. Los dictámenes en cambio nunca eran de momentos, los dictámenes valían desde hoy y para siempre, algo así como la militancia. A lo justo, justo; a lo injusto…resignarse no, dar lucha; pero si la lucha no funca entonces resignarse a acatar el dictamen. Acatar el dictamen, pero eso implicaba perderlo y perderlo era también perderlo en la fantasía, perderlo en lo que ella imaginó que era posible, era verlo reír y reírse toda; era reírse toda y redescubrirse otra vez riendo también sobre ella misma y era también no atreverse a romper con el dictamen, porque si lo rompía y tocaba a su puerta, sabía que “minuciosamente él no estaría”, o al menos eso decía el dictamen y ella, por alguna cuestión de deseo muerto como el de un esclavo, lo acataba por creerlo más cercano a lo justo; mientras tanto la vida urdía el noazar del encuentro con su risa esa que ya apenas conocida le resultaba minuciosamente bella.

Gute Saubidet
1) El texto entrecomillado corresponde a Julio Cortazar

lunes, marzo 14, 2011

Cortazar, excusas de escritura

“Has vivido
como un golpe en la frente,
el instante, el jadeo, la caída, la fuga...”
las alas, el café derramado, el grito
lo perdido, lo añorado, la dermis
Has vivido
La dermis como una llaga en picada
Como un cuerpo suicidado
Como un temblor de frío bajo cero
Como un parche roto de tambor oxidado
Has vivido de a ratos
Como un tren demorado, como una gotera,
Como una marea desbordada
Has vivido de a ratos
El tren demorado, la gotera
La marea desbordada
Como una borrachera
Has vivido como una caída
El instante de jadeo de la fuga
Con la frente en alto
Como deben vivirse
los golpes
más hermosos
a veces


Gute

PD: facebook tiene una herramienta que se llama "lo dijo Cortazar" donde salen por sorteo o licitación azarosa algunas frases de Julito. Esta vez fue la primer frase que está entre comillas en este post y claro, me tentó y lo seguí un rato a Julito, espero no haberlo arruinado.

viernes, marzo 11, 2011

Telos, Moteles, Albergues Transitorios : un amor típicamente argentino Parte 2

El cuarto quedaba en el segundo piso del inmueble: pasillos alfombrados, luces tenues, ceniceros de pié, puertas con números, un ambiente entre setentoso y ochentoso horripilante al mejor estilo Olmedo y Porcel.

-¿dónde me trajiste mi amor?-

Respuesta de X: acá venía siempre yo con mi ex novia, es el único que conozco.

A esta altura ya había empezado a odiarlo, junto con su ex, su obsesión, sus encuentros, sus pernoctes, sus cálculos mentales y nuestro aniversario.

Habitación 25. Entramos.

El cuarto es pequeño, lleno de espejos por todos lados, techo incluido, ceniceros pegados a las mesitas de luz correspondientes. Se preguntarán por qué pegados; pues para que nadie se los robe (es increíble como la cultura argentina se encuentra presente hasta en los telos). Pero había un detalle que llamó claramente mi atención, un detalle que nunca en mi vida había visto, salvo en películas: la cama es REDONDA con un cubrecama rojo y unos almohadones en forma de CORAZóN. Una grasada total.

Típico de X empezar a tocar todos los botoncitos como si fuera un avión: que mirá la lucetita roja, que con este botón se enciende la verde, que este es para encender la tele, que este es el control de la radio (odiosamente siempre en un dial de música romántica latina de fines de los 80; ante lo cual digo: “mi amor, apagá esa porquería” (porque la libido se me va al cuerno)

Luego de que X conoce la totalidad de los comandos de la habitación y luego de haberme fumado el cuarto pucho, le digo:

-voy al baño a sacarme las lentes de contacto.

Sobre el bidet del inodoro se encuentra la clásica banda de papel que dice: desinfectado (en realidad confieso a ciencia cierta no sé qué dice la franja de papel porque nunca la leí con atención, pero para el caso es igual, el aroma a desinfectante con ese olor penetrante a frutillita es siempre el mismo).

Vuelvo a la habitación. X está sobre la cama mirando la tele.

-¿Todo bien mi amor? -me pregunta-

-Sí, todo bien - salvo que no veía nada. En eso, diviso una imagen rarísima en la tele, medidas exorbitantes que llamaban mi atención. Agarro la silla más cercana tapizada en rojo por supuesto y me acerco a la pantalla de la tele que estaba 1 metro y medio arriba de mi cara. Asombrada de no entender la escena, le digo a X

-¿ché qué raro eso, qué grande, no, nunca había visto cosa igual?

X larga una carcajada.

-No mi amor, es un caballo

-¿Con un caballo?!!! Mi dios, apagá eso X….

De repente, escuchamos los gritos, gemidos y demás sonidos, provenientes del cuarto de al lado (siempre el del cuarto de al lado se caracteriza por gritar más que uno y suele tener sexo más veces que uno y uno fantasea que seguramente deben pasarla mejor que uno, pero es puro bluff seguro, un bluff de uno)

En síntesis, un desastre.

X y yo no aguantamos más y nos largamos a reír con ganas (siempre en estos casos una buena carcajada suele poner las cosas en su lugar).

Luego de la risa, vino una mirada, un silencio y un primer aprouch apasionado. “Por fin” decía mi cuerpo y creo que el de X también y fue tanto el desenfreno que entre giro y giro olvidamos el pequeño detalle de que la cama era redonda (y los límites de lo redondo son bien diferentes al límite de los cuadrados). Escena, giro, sábanas, piernas de X, piernas mías, giro, se enganchan, acolchado, sabanas, otro giro, piernas, pies, sabanas, todoenredado, último giro apasionado de 360 grados y ¡zas! caemos al piso (demás está aclarar que por supuesto X encima de mí).

Definitivamente algo no había sonado bien en mi espalda y el ruido denotaba que de la Barbie articulable no debía haber quedado nada. Me rompí la espalda, no voy a volver a caminar nunca más, fue lo que pensé y me vi de repente cuadripléjica en el espejo del techo…

-¿estás bien? -me pregunta

-NO, me duele la espalda, me hice pelota.

Comienzo a llorar y a reírme al mismo tiempo. Son de esos dolores que te llegan hasta producir la risa, como unas cosquillas que te duelen, ¿por qué carajo no habremos ido a dormir a casa?

Al ver mi gesto de dolor, X entra en estado de desesperación.

-Perdón, mi amor, me olvidé que la cama era redonda.

(y también te olvidaste de que pesas 30 kilos más que yo).

X me ayuda a incorporarme, me ofrece un suave masaje en la espalda. ¿qué acontece? Me quedo dormida (y cuando digo dormida, digo DORMIDA) y honestamente no me acuerdo de nada más.

A eso de las 5 de la mañana me despierto y cuando abro un ojo me veo en el espejo abriendo un ojo, y me asusté. Entonces me puse boca arriba y me vi de nuevo en el espejo que se encontraba en el techo. Honestamente, yo no sé si por tanto espejo o qué, pero me agarró como una cosa narcisista que se cuadruplicó al descubrir la imagen del cuerpo de X dormido, hermosamente dormido. En segundos todo inspiro me un rapto artístico.

Entusiasmada lo despierto a X.

-¡Mirá mi amor, qué lindo! ¡Vamos a jugar a hacer formas!

y nos quedamos colgamos como dos nenes haciendo esculturas vivas, cual tomas de fotografías; poniendo las sabanas acá, allá, el brazo arriba, abajos, acurrucados, abrazados, piernas entrelazadas, más separados, más juntos, sonriendo, de perfil, de frente, de costado, boca abajo, boca arriba, brazos cobre las espaldas…Éramos Matias Camisani y Dolores Barreiro para la revista popular de turno (salvando las diferencias, claro está).

Luego de un buen rato de monerías estéticas, X se pudre y me dice.

-Bueno basta- y me tapa la cara con la sábana. Yo quiero seguir jugando, él no me deja y vuelve a poner la sábana en mi cara y de nuevo nos miramos… y ahí nos damos cuenta de que más allá de todo (del lugar, del aniversario, de los protocolos obligatorios del telo, de las incomodidades del caso), nos amábamos así, haciendo idioteces; que la pasión en nada tenía que ver con el lugar; y en el mejor momento de ese hallazgo de certeza de nuestro amor, digo, cuando las cosas empezaron a ponerse por fin en su lugar, amigos, sí, en lo mejor, suena el timbre del teléfono, anunciándonos que eran las 6 de la mañana y que debíamos abandonar nuestro lecho de amor.

Palabras de X: “la reconch de la luar” (lo digo así porque es más delicado a la hora de la reproducción). Yo, en cambio, respiré hondo y prendí la ducha fría.

Operativamente nos vestimos e huimos, dejando a los espejos divirtiéndose a solas.

Pero todo no termina acá.

Cuando llegamos a la cochera, X intenta encender el auto; pero el auto no enciende.

-¿qué pasa ahora?

-Me parece que me quedé sin batería.

Bien podría haberme dicho el burro de arranque o la correa que para mí era lo mismo. El hecho era que el auto no arrancaba.

A esta altura ya estábamos completamente resignados a todo, así que reclinamos al asiento y terminamos de hacer lo que habíamos dejado por la mitad.

Después nos quedamos callados un buen rato, nos arreglamos un poco y esperamos a que otra pareja saliera del telo y nos pudiera ayudar a empujar el auto.

En sintesis, así salimos: contentos, sonrientes, extraños, empujados por otros dos, por otros dos que casualmente tenían en su frente un cartel que decía “venimos de garchar, ¿y qué?” .

Fin.

Gute

Nota del Autor: Este texto ha sido redactado tomando numerosas experiencias reales, propias y ajenas, con una leve cuota de imaginación. Cualquier semejanza con la realidad le recomiendo una pronta visita a su psiquiatra de cabecera, o en su defecto cambie de X y deje de mirar tanta porquería en la televisión.

Ahora, entre nos, tuve que dejar una anécdota sin contar porque la verdad que esa sí que no la iban a creer (dos policías en el garage del telo sacando a un travesti del baúl)



No sé que pasa pero estoy con problemas con el formato! Gute

jueves, marzo 10, 2011

Telos, Moteles, Albergues Transitorios : un amor típicamente argentino Parte 1

No sé si les ha pasado a ustedes, pero las veces que he ido a un albergue transitorio fue una situación más que traumática, una mezcla de incomodidad extrema con una psicosis paranoica.
Aquí uno de esos relatos que, por su extensión, lo decidí dividir en dos partes.


Fecha de nuestro aniversario. Mirando la tele vemos un comentario de un "reconocido" sexólogo diciendo que para ponerle más pasión a la pareja es bueno ir de vez en cuando a algún albergue transitorio.
Luego de cine, cena y besos, siguiendo el consejo del mediático sexólogo, decidimos ir a un telo.
Pues bien, el problema es que ninguno de nosotros sabía dónde había uno, ante lo cual X decide preguntar en una estación se servicio –como se imaginarán yo ya estaba escondida en la guantera del auto-.
X vuelve con puchos, chicles, nafta y cara de traer pocas novedades.
- No, el tipo no sabe de ninguno.
- Bueno mi amor, dejá. No hay drama. Nos vamos a casa.-le digo
- Pará, pará -me dice- yo me acuerdo de uno, pero no sé si seguirá existiendo.
Ese “no sé si seguirá existiendo” me dejó tranquila o tal vez a esta altura de la vida y de los años de relación con X esa clase de cosas no me incomodaban.
- Bueno, dale vamos – le dije con tono de resignación, aunque la idea de ir a un telo ya no me estaba entusiasmando demasiado.
Finalmente, nos aproximamos al inmueble.
X parecía no tener mucho problema en entrar; en cambio yo, era un mar de dudas. Luego de 20 minutos de meditaciones, nervios y vueltas a la manzana (y de cien mil argumentos de X completamente inválidos para mi vergüenza), cobré fuerzas y decidí entrar pensando en el grato momento que nos podía aguardar después.
Sin embargo, como siempre, no todo es tan sencillo. Justo en el mismo instante de mi ímpetu y decisión, pasaron por la puerta del telo un grupo de personas mayores…“justo ahora tenía que ser, la p…m…” –pensé, y ahí volví a dudar.
-No, pará mi amor, mejor demos otra vueltita más a la manzana.
¿Es raro no?, pero en esas ocasiones uno sencillamente siente que tiene un gran cartel en la frente que dice: “VOY A GARCHAR” como si esto fuera un pecado (y más si se lo hace saber una persona de bastante más edad que uno). Siempre he pensado que a ese cartel habría que agregarle una nota al pie que dijera: “sí, voy a garchar y ¿qué?”.
Después de dar 24 vueltas a la manzana y que X ha utilizado toda clase de argumentos para convencerme de entrar, decido hacerlo…(la insistencia le gana a la vergüenza, es una ley).
El auto pasa por el clásico cortinado de plástico del estacionamiento. Entramos propiamente al inmueble, rogando que en el hall de recepción no haya nadie más que X y yo. Sin embargo, en estos casos puede haber algo mucho peor: no sólo que haya otras personas, sino que esas otras personas sean conocidas.
Pues bien, mi amado X se encuentra con “alguien” conocido, ante lo cual yo pensé “nunca se encuentra con nadie y justo ahora en este momento se le ocurre hacer sociales con este tipo, que en su vida me nombró”. Indudablemente, más mala suerte no podía tener.
En eso empiezan a charlar como si estuvieran en un café del microcentro y claro, surgen las preguntas y comentarios típicos: “¿Qué hacés loco? ¡tanto tiempo!”, “¡no nos vemos desde el secundario!”; “¿cómo van tus cosas?”; “¿qué hacés por acá?” Pregunta boluda si las hay - me decía yo- qué vamos a estar haciendo acá, lo mismo que vos -esto lo pensé claro, nunca lo dije-.
Obviamente la novia de su amigo y yo con cara de circunstancia, consumiendo cigarrillos cual chocolate en invierno.
-Mi amor dale -dije bajito al oído de X, mister RRPP.
Luego de “agotables” sonrisas de circunstancia y un leve cabeceo, todo estaba dicho:
- Adios, nos vemos pronto (y ojalá sea en otras circunstancias).
Bien. Nos acercamos a la ventanilla donde se encontraba el “conserje”. Opciones varias: cuartos temáticos (fantasías griegas, vikingas, escolares, etc, etc, etc, pues la fantasía da para mucho; yacuzzi, con o sin tele, simple, standar… todas opciones puestas sobre un tablero negro con letritas blancas desmontables, como si fueran gustos de helados)
-Dale mi amor, vamos a una standar y no demos más vueltas -dije con un tono bastante memos dulce que el acostumbrado.
Pero no. Aún quedaba por definir: turno o PERNOCTAR.
Pernoctar verbo pedorro si los hay. Ya escucharlo sonaba aún peor que ver al grupo de ancianos en la puerta.
X comienza hacer sus cálculos mentales entre las ventajas y desventajas económicas de cada una de esas opciones (a todo esto, dos parejas más aguardaban detrás de nosotros)
- Dale mi amor, hay gente esperando-.
Entonces X me pregunta
-Gorda, ¿a qué hora te tenés que levantar mañana?
-No sé mi amor, a eso de las 6 más o menos…
-¿entonces, qué querés hacer?
(¿¡Justo ahora se le ocurre ser democrático?! )
Finalmente opción elegida: pernoctar.
(continuará...)

Agustina Saubidet mayo 2003

jueves, marzo 03, 2011

Y a gozarla diría un caribeño; no así un psicoanalista

Linda la vida de bar. Convida a la escritura semi obligada. Reflexiono: distinguir entre obligación y deseo. Ese fue el tema de esta semana: cantar, no cantar; tocar, no tocar; verse, verlas, verlos, vernos, verme.

La lectura de la popular frase “sin compromiso” llego a su fin. Ya encontré mi definición del “sin compromiso”. Sin compromiso igual sin obligación. O sea, siempre que sea con ganas… (de lo que sea, pero con ganas) . Y tuve que darme cuenta de esto gracias al recuerdo de una Jam, que implicó mi vuelta a la música después de años de haberme alejado.

La Jam: su formato improvisado cuestiona lo central del capitalismo: la pérdida del lazo social. De alguna manera el formato de una jam restituye el lazo social al plano de la producción inmanente donde los medios de producción les pertenecen a los productores y circulan entre todos, con un respeto casi natural.

Bueno, más allá de estas reflexiones complicadas y teóricas, en términos líquidos, diría Bauman; el hecho es que para distinguir obligación de deseo, hay que poder primero establecer un límite, una puerta, un portón. Ej. Yo no sabía si subirme o no al escenario a cantar; dudaba neuróticamente hasta que dije: “ok, me subo, pero sabiendo que si me llego a sentir un poquito mal por algo, me bajo”. Ese fue el límite que me permitió subir y disfrutar de ese momento con pleno compromiso con lo que se estaba haciendo en términos de ganas y en conjunto con el resto de los músicos, porque era una producción colectiva y de eso se trataba.

El tema es que uno tiene que saber cuál es el límite propio; pero ojo, señor neurótico, no confundir límite con excusas berretas llamadas miedo.

Un silencio por ejemplo, puede ser algo de este orden; pero hablo de esos silencios incómodos, esos que duran como dos cuadras… y es raro porque en general cuando hay más de uno, poco usual es que puedan estar esos silencios incómodos después de tanta charla en la misma sintonía, sin cruzarse en un silencio. Y de golpe parece que algo te silencia, algo corta todo y se respira una tensión molesta, como cuando se va el decorado y nos encontramos más desnudos y es mejor entonces no desvestirse más con las palabras: la dermis tiene frío y necesidad de huida, de ir a casa y taparse..

A mí hace poco me pasó uno de esos silencios incómodos como de dos cuadras y en realidad creo que lo que más me incomodó era que el silencio no fue total, porque había de fondo un ruidito constante que seguía al silencio, un ruido como de bicicleta.

Hay semisilencios bicicleteados que funcionan cómo límites y sólo si hay límite hay espacio; y hay espacio porque hay tiempo y si hay tiempo, entonces, el tiempo dirá, no pensemos tanto.


Gute