Aquí uno de esos relatos que, por su extensión, lo decidí dividir en dos partes.
Fecha de nuestro aniversario. Mirando la tele vemos un comentario de un "reconocido" sexólogo diciendo que para ponerle más pasión a la pareja es bueno ir de vez en cuando a algún albergue transitorio.
Luego de cine, cena y besos, siguiendo el consejo del mediático sexólogo, decidimos ir a un telo.
Pues bien, el problema es que ninguno de nosotros sabía dónde había uno, ante lo cual X decide preguntar en una estación se servicio –como se imaginarán yo ya estaba escondida en la guantera del auto-.
X vuelve con puchos, chicles, nafta y cara de traer pocas novedades.
- No, el tipo no sabe de ninguno.
- Bueno mi amor, dejá. No hay drama. Nos vamos a casa.-le digo
- Pará, pará -me dice- yo me acuerdo de uno, pero no sé si seguirá existiendo.
Ese “no sé si seguirá existiendo” me dejó tranquila o tal vez a esta altura de la vida y de los años de relación con X esa clase de cosas no me incomodaban.
- Bueno, dale vamos – le dije con tono de resignación, aunque la idea de ir a un telo ya no me estaba entusiasmando demasiado.
Finalmente, nos aproximamos al inmueble.
X parecía no tener mucho problema en entrar; en cambio yo, era un mar de dudas. Luego de 20 minutos de meditaciones, nervios y vueltas a la manzana (y de cien mil argumentos de X completamente inválidos para mi vergüenza), cobré fuerzas y decidí entrar pensando en el grato momento que nos podía aguardar después.
Sin embargo, como siempre, no todo es tan sencillo. Justo en el mismo instante de mi ímpetu y decisión, pasaron por la puerta del telo un grupo de personas mayores…“justo ahora tenía que ser, la p…m…” –pensé, y ahí volví a dudar.
-No, pará mi amor, mejor demos otra vueltita más a la manzana.
¿Es raro no?, pero en esas ocasiones uno sencillamente siente que tiene un gran cartel en la frente que dice: “VOY A GARCHAR” como si esto fuera un pecado (y más si se lo hace saber una persona de bastante más edad que uno). Siempre he pensado que a ese cartel habría que agregarle una nota al pie que dijera: “sí, voy a garchar y ¿qué?”.
Después de dar 24 vueltas a la manzana y que X ha utilizado toda clase de argumentos para convencerme de entrar, decido hacerlo…(la insistencia le gana a la vergüenza, es una ley).
El auto pasa por el clásico cortinado de plástico del estacionamiento. Entramos propiamente al inmueble, rogando que en el hall de recepción no haya nadie más que X y yo. Sin embargo, en estos casos puede haber algo mucho peor: no sólo que haya otras personas, sino que esas otras personas sean conocidas.
Pues bien, mi amado X se encuentra con “alguien” conocido, ante lo cual yo pensé “nunca se encuentra con nadie y justo ahora en este momento se le ocurre hacer sociales con este tipo, que en su vida me nombró”. Indudablemente, más mala suerte no podía tener.
En eso empiezan a charlar como si estuvieran en un café del microcentro y claro, surgen las preguntas y comentarios típicos: “¿Qué hacés loco? ¡tanto tiempo!”, “¡no nos vemos desde el secundario!”; “¿cómo van tus cosas?”; “¿qué hacés por acá?” Pregunta boluda si las hay - me decía yo- qué vamos a estar haciendo acá, lo mismo que vos -esto lo pensé claro, nunca lo dije-.
Obviamente la novia de su amigo y yo con cara de circunstancia, consumiendo cigarrillos cual chocolate en invierno.
-Mi amor dale -dije bajito al oído de X, mister RRPP.
Luego de “agotables” sonrisas de circunstancia y un leve cabeceo, todo estaba dicho:
- Adios, nos vemos pronto (y ojalá sea en otras circunstancias).
Bien. Nos acercamos a la ventanilla donde se encontraba el “conserje”. Opciones varias: cuartos temáticos (fantasías griegas, vikingas, escolares, etc, etc, etc, pues la fantasía da para mucho; yacuzzi, con o sin tele, simple, standar… todas opciones puestas sobre un tablero negro con letritas blancas desmontables, como si fueran gustos de helados)
-Dale mi amor, vamos a una standar y no demos más vueltas -dije con un tono bastante memos dulce que el acostumbrado.
Pero no. Aún quedaba por definir: turno o PERNOCTAR.
Pernoctar verbo pedorro si los hay. Ya escucharlo sonaba aún peor que ver al grupo de ancianos en la puerta.
X comienza hacer sus cálculos mentales entre las ventajas y desventajas económicas de cada una de esas opciones (a todo esto, dos parejas más aguardaban detrás de nosotros)
- Dale mi amor, hay gente esperando-.
Entonces X me pregunta
-Gorda, ¿a qué hora te tenés que levantar mañana?
-No sé mi amor, a eso de las 6 más o menos…
-¿entonces, qué querés hacer?
(¿¡Justo ahora se le ocurre ser democrático?! )
Finalmente opción elegida: pernoctar.
(continuará...)
Agustina Saubidet mayo 2003
Luego de cine, cena y besos, siguiendo el consejo del mediático sexólogo, decidimos ir a un telo.
Pues bien, el problema es que ninguno de nosotros sabía dónde había uno, ante lo cual X decide preguntar en una estación se servicio –como se imaginarán yo ya estaba escondida en la guantera del auto-.
X vuelve con puchos, chicles, nafta y cara de traer pocas novedades.
- No, el tipo no sabe de ninguno.
- Bueno mi amor, dejá. No hay drama. Nos vamos a casa.-le digo
- Pará, pará -me dice- yo me acuerdo de uno, pero no sé si seguirá existiendo.
Ese “no sé si seguirá existiendo” me dejó tranquila o tal vez a esta altura de la vida y de los años de relación con X esa clase de cosas no me incomodaban.
- Bueno, dale vamos – le dije con tono de resignación, aunque la idea de ir a un telo ya no me estaba entusiasmando demasiado.
Finalmente, nos aproximamos al inmueble.
X parecía no tener mucho problema en entrar; en cambio yo, era un mar de dudas. Luego de 20 minutos de meditaciones, nervios y vueltas a la manzana (y de cien mil argumentos de X completamente inválidos para mi vergüenza), cobré fuerzas y decidí entrar pensando en el grato momento que nos podía aguardar después.
Sin embargo, como siempre, no todo es tan sencillo. Justo en el mismo instante de mi ímpetu y decisión, pasaron por la puerta del telo un grupo de personas mayores…“justo ahora tenía que ser, la p…m…” –pensé, y ahí volví a dudar.
-No, pará mi amor, mejor demos otra vueltita más a la manzana.
¿Es raro no?, pero en esas ocasiones uno sencillamente siente que tiene un gran cartel en la frente que dice: “VOY A GARCHAR” como si esto fuera un pecado (y más si se lo hace saber una persona de bastante más edad que uno). Siempre he pensado que a ese cartel habría que agregarle una nota al pie que dijera: “sí, voy a garchar y ¿qué?”.
Después de dar 24 vueltas a la manzana y que X ha utilizado toda clase de argumentos para convencerme de entrar, decido hacerlo…(la insistencia le gana a la vergüenza, es una ley).
El auto pasa por el clásico cortinado de plástico del estacionamiento. Entramos propiamente al inmueble, rogando que en el hall de recepción no haya nadie más que X y yo. Sin embargo, en estos casos puede haber algo mucho peor: no sólo que haya otras personas, sino que esas otras personas sean conocidas.
Pues bien, mi amado X se encuentra con “alguien” conocido, ante lo cual yo pensé “nunca se encuentra con nadie y justo ahora en este momento se le ocurre hacer sociales con este tipo, que en su vida me nombró”. Indudablemente, más mala suerte no podía tener.
En eso empiezan a charlar como si estuvieran en un café del microcentro y claro, surgen las preguntas y comentarios típicos: “¿Qué hacés loco? ¡tanto tiempo!”, “¡no nos vemos desde el secundario!”; “¿cómo van tus cosas?”; “¿qué hacés por acá?” Pregunta boluda si las hay - me decía yo- qué vamos a estar haciendo acá, lo mismo que vos -esto lo pensé claro, nunca lo dije-.
Obviamente la novia de su amigo y yo con cara de circunstancia, consumiendo cigarrillos cual chocolate en invierno.
-Mi amor dale -dije bajito al oído de X, mister RRPP.
Luego de “agotables” sonrisas de circunstancia y un leve cabeceo, todo estaba dicho:
- Adios, nos vemos pronto (y ojalá sea en otras circunstancias).
Bien. Nos acercamos a la ventanilla donde se encontraba el “conserje”. Opciones varias: cuartos temáticos (fantasías griegas, vikingas, escolares, etc, etc, etc, pues la fantasía da para mucho; yacuzzi, con o sin tele, simple, standar… todas opciones puestas sobre un tablero negro con letritas blancas desmontables, como si fueran gustos de helados)
-Dale mi amor, vamos a una standar y no demos más vueltas -dije con un tono bastante memos dulce que el acostumbrado.
Pero no. Aún quedaba por definir: turno o PERNOCTAR.
Pernoctar verbo pedorro si los hay. Ya escucharlo sonaba aún peor que ver al grupo de ancianos en la puerta.
X comienza hacer sus cálculos mentales entre las ventajas y desventajas económicas de cada una de esas opciones (a todo esto, dos parejas más aguardaban detrás de nosotros)
- Dale mi amor, hay gente esperando-.
Entonces X me pregunta
-Gorda, ¿a qué hora te tenés que levantar mañana?
-No sé mi amor, a eso de las 6 más o menos…
-¿entonces, qué querés hacer?
(¿¡Justo ahora se le ocurre ser democrático?! )
Finalmente opción elegida: pernoctar.
(continuará...)
Agustina Saubidet mayo 2003
2 comentarios:
Juaaaaaaaaa!! Buenísimo!! Igualmente no comparto eh!! Nunca dí ni media vuelta en mi vida para entrar a un telo!! Jeje Sí me incomoda más el salir del telo a plena luz del día que el entrar…no sé por qué… ABRAZO!!
Leiste la segunda parte, ahí está la gracia, creo. Chegracia por el post.
Gute
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