a María, de Esquel
Estoy sentada en el subte D. Es feriado y lo sé porque no viajo parada. Cuatro o cinco pibitas suben al vagón, son de esas pibitas que venden gomitas de pelo o costureros por dos pesos que guardan en una bolsa de nylon negra, a veces blanca o verde.
Son muchas, rara vez hay tantas juntas (tal vez es porque es feriado). Tienen diferentes edades, uno las supone porque algunas comienzan a desarrollarse y otras aún son muy niñas, las más grandes cuidan de las más pequeñas, casi por descuido; y todo transcurre con “normalidad” en el subte, una imagen cotidiana y en realidad, en ese desarrollo temprano de los pequeños pechos que se esconden detrás de remeras ajustadas, hay una niña (que esconde sus pechos para seguir siendo niña) y uno piensa en los millones de hijos de puta que pagan por tener sexo con esas niñas, por el sólo hecho de sus pechos pequeños y entonces todo se vuele un asco, un rechazo a esa realidad que uno no concibe, ni por descarte de opciones. Son NIÑAS.
Niñas que usan por lo general zapatillas de colores, el pelo largo, lacio, atado, a veces ya teñido, a veces natural trigueño; usan calzas ajustadas y remeras coloridas que jamás combinan a los ojos de los otros, y en las uñas de las manos, un esmalte saltado que deja ver una mugre de uña percudida, de mano que ha pasado por millones de lugares, menos por agua, y yo me detengo simplemente a mirarlas…a pensar en esos detalles.
Algunas hablan a los gritos, otras al oído entre ellas. Se rién; pero son de esas risas que duran poco. La más benjamina debe tener cuatro año. Apoya su cuerpo en el pasamanos que va hasta el piso, en el fondo del vagón. Esa chiquita posee una belleza tan profunda en los ojos, mezcla de ingenuidad y desilusión, como si estar ahí fuera un juego y no tanto, como si tuviera ya conciencia de que esa vida de subte ya no es un juego, porque no la elige, porque ya no elige jugar a eso. Veo esa mirada, tengo la cámara de fotos conmigo, pero no le encuentro sentido, pienso en la nena, en su vida. Como esa vez, hace algunos años que me encontré con un chiquito de la calle, por Pueyrredón y Santa Fe, llorando porque no había conseguido vender nada y no pude más que comprarle un par de biromes y un paquete de carilinas, para tapar mi culpa social, un poco lo que hacemos todos, o no todos, algunos, aunque no todo el tiempo… de golpe, recordé a ese chiquito, no sé porqué recordé sus lágrimas grises, en el instante en que salí hoy del subte y pensé en escribir sobre esto, esas lágrimas de mugre. Puta pascua.
Aún resuena en mí, los ojos de ese chiquito angustiado, temeroso, triste, un pibito que no tendría más que 7 años en aquel entonces, que iba a la escuela, en aquel entonces; o esa chica que pedía en el vagón y que su mamá tenía celular, allá por el 99 y me dio una bronca. Uno ve todas esas fotos juntas y piensa, bah, no sé, yo pienso, algo no está bien; tal vez mi silencio no esté bien, esto también forma parte de la vida, de las cosas, de la cosas que elijo no sacar con mi cámara y que prefiero plasmarlas en un papel. Aunque también es un poco absurdo escribir sobre esto.
Cuando llegué a Paris buscando otra realidad para ver, lo primero que me pasó al tomarme el tren rumbo al centro, fue que un tipo me dejó un cartelito en francés diciendo, me llamo X tengo tres hijos, bla,bla,bla historia que todos conocemos y me dije: ¿viajé tantos quilómetros para encontrar más de lo mismo? Y en realidad no era lo mismo, porque ese tipo, estaba solo, no estaba camuflado por la imagen frágil de un niño, si tal vez por un relato que apelara a la desprotección, pero sin exponerla como un zoológico.
La vida adulta… hasta acá mi vida con lo que pude: juego ahora un solitario donde nadie puede ganar de mano, ni irse al mazo. Soy yo contra mí misma
Dos alternativas para apostar: puerta derecha, amor; puerta izquierda, arte ¿cuál elegís, Saubidet?
Ser adulto implica también hacerse cargo de esas elecciones y pienso en esas pibitas del subte, qué opciones tuvieron, o tienen. De chico no sé si hay opciones; con el arte no se come sobre todo de niño, con el arte se juega, o eso debería ser, porque tanto el arte, como el juego se plasman a partir de la fantasía, y la fantasía no es la realidad: una cosa es jugar a ser adulto, otra muy distinta, es serlo. La fantasía radica pues en eso, en creer que se… pero no serlo, ni estarlo y estas pibitas no jugaban, eran adultas, ¿eran adultas por falta de opciones? De qué carajo sirve el arte en estos casos, de qué carajo sirve jugar; de qué amor estamos hablando, ¿acaso arte y amor son opciones para ellas? Siempre creí que mientras más conectáramos con el arte, mayor era la posibilidad de revolucionar al mundo, aunque sea el propio; hoy no sé si pienso lo mismo. Ahora, en este instante, en lo único que pienso, es que empieza a hacer frío en buenos aires y pienso en el frío y en esas pibitas del subte también, pienso en el frío de esas pibitas que nunca las dejamos ser niñas.
Agustina Saubidet Bourel
PD: gracias María por la charla de hoy en la plaza, me hiciste pensar y sentir mucho. GRACIAS
PD: no sé por qué, pero me acordé de una canción que escuchaba de chica, que me hacía llorar tanto como Carito. El pibe Ramón, de Piero "y siempre andaba con los pies descalzos, inaugurando baldíos y plazas... y la inocencia la perdió en los charcos y veinte letras que se aprendió y así se fue tuteando con la bronca..."
4 comentarios:
hace mucho que dejé de creer que el oficio artístico bcambiaría el mundo, pero talñ vez la ambilidad sí, y aunque fracasemos un gesto al menos nos devuelve la utopía...
un beso gute
un beso bizomáticas
agradezco pues su gesto artístico, Sonoio, restituyente de utopías.
Beso bizomático
sigue haciendo frí en buenos aires... y sigo pensando lo mismo... hoy tal vez lo llame "escultra social· sino practicamos eso, de verdad que el arte es sólo un oficio más y para unos pocos
qué bueno tenerlo seca, a usted y a su sensibilidad.
Gute
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