Nunca me había molestado tenerlo hasta que un día, mi sobrina mayor, cuando era chiquita (hoy tiene 15), me dijo: ¿qué tenés en el diente? Mi cuñado le dijo que esas cosas no se preguntaban (calculo que como no se le pregunta a un manco por la ausencia de su mano o a un torturador por su ausencia de sensibilidad). Ahí me di cuenta que la mancha de mi diente se había vuelto un defecto (aunque depende para quién).
Hay quien nunca han hablado de mi diente; hay quien se ha enamorado de mi diente manchado; hay quien ha dicho que en mi diente contengo un pedacito de marfil (de todas las opciones ésta es la que más me gusta); claro, hay también a quien, en un primer momento, le molestaba mi diente manchado y cuando ya no pudo verlo más, comenzó a extrañarlo.
Cuando aparecieron las cámaras digitales, gracias a su gran nitidez de colores y la inmediatez captadora de momentos, mi diente manchado pasó a ser siempre el centro de la escena (aunque fuera una foto grupal). A partir de ahí, mi diente manchado comenzó a tornarse insoportable: casi no tengo fotos mías y en las pocas que tengo, rara vez sonrío. No me gusta mi diente manchado, por eso lo oculto, porque uno oculta lo que no le gusta, como mi diente.
Hace unos años fui al dentista, dispuesta a sacarme mi mancha. Cuando me explicó todo el proceso para sacarlo me dio mucha tristeza. ¿Qué sería de mi boca sin el diente manchado? He convivido con esa mancha desde los 6 años; es ya casi como un lunar, como algo que siento demasiado propio como para limarlo y olvidarme.
Hay veces que me gustaría que todas las cosas que me causan dolor fueran a parar al diente manchado; que en esa cajita de marfil se encerraran todas mis tristezas…entonces, me resultaría mucho más fácil vivir, porque ya he aprendido a convivir con mi diente manchado y no tan bien aun, con mis grandes dolores.
Gute y su diente manchado