“Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente” (1) Siempre resultaba difícil resignarse a esos dictámenes cortazeanos, algo así como una norma justa, impuesta por otro llamado tiempo o espacio: momentos. Ese era el término correcto, momentos. Los dictámenes en cambio nunca eran de momentos, los dictámenes valían desde hoy y para siempre, algo así como la militancia. A lo justo, justo; a lo injusto…resignarse no, dar lucha; pero si la lucha no funca entonces resignarse a acatar el dictamen. Acatar el dictamen, pero eso implicaba perderlo y perderlo era también perderlo en la fantasía, perderlo en lo que ella imaginó que era posible, era verlo reír y reírse toda; era reírse toda y redescubrirse otra vez riendo también sobre ella misma y era también no atreverse a romper con el dictamen, porque si lo rompía y tocaba a su puerta, sabía que “minuciosamente él no estaría”, o al menos eso decía el dictamen y ella, por alguna cuestión de deseo muerto como el de un esclavo, lo acataba por creerlo más cercano a lo justo; mientras tanto la vida urdía el noazar del encuentro con su risa esa que ya apenas conocida le resultaba minuciosamente bella.
Gute Saubidet
1) El texto entrecomillado corresponde a Julio Cortazar
lunes, marzo 21, 2011
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