Ahora sí las negras replican C7a, mate (caballo siete alfil)
-Desearía no encontrarlo acá, al lado mío, cuando se supone que ya no debería estar. Es esto de mis rodillas, usted entiende, no debería estar.
-Su problema, Lucía, no es que yo esté en sus rodillas, es que yo sepa mucho de usted, esas cosas que cree que nadie debería saber - dice Diego mientras termina de limpiar sus botas a la entrada.-
El problema es que usted cree que si alguien entra ahí, puede lastimarla, o lo que es peor, burlarse. Yo no me burlo, Lucía, quiero decirle, yo respeto mucho a sus goteras me producen hasta ternura.
-Por favor Diego, no diga eso, ¿qué tienen de tierno mis goteras, mis rodillas?
-Yo no hablé de sus rodillas, Lucía. Sus rodillas no me producen ternura.
-y ¿qué es entonces lo que le producen mis rodillas que no puede dejarlas de tocar?
-No he venido hasta aquí a hablar de eso.
-Usted no habla de lo que no quiere, Diego, tampoco se muestra. Y eso es lo que más me molesta, que usted sabe tanto de mí y aún así decide quedarse y quiere saber más y yo piso mi vestido y le muestro hasta mis muslos y usted tan sólo limpia sus botas en mi puerta.
-Soy un caballero. Los caballeros no abrimos el juego, salvo delante de otros caballeros. Es algo así como el ajedrez.
-No sé jugar al ajedrez, tan solo a las damas o a la canasta, piernas, pares. Usted sabe, Diego, ese juego con cartas francesas.
- ¿Por qué juega a la canasta?, ¿por qué no juega al ajedrez, Lucía?
-Es que tantas figuras me marean; no entiendo la lógica del juego: de los peones, de los caballos, de alfiles, de torres y la reina juega un papel que no me agrada. No importa si la matan. Aunque es la más libre de todos para moverse, importa más que maten al rey. Ese es el juego. Las damas en cambio, son damas. Todas son damas, más allá de la raza.
-Me ha dejado pensando, Lucía. Tal vez el ajedrez sea un simple juego de hombres y para usted sea mejor jugar a la canasta, con sus amigas. ¿Me ayuda con mis botas?
-Sí, claro, permítame.
-No me tome del talón así, Lucía, me hace cosquillas.
-Disculpe no quise cosquillarlo
(creo que acabo de inventar un verbo).
-Por favor Lucía no haga eso. Eso de cosquillarme
Lucía suelta las botas. Se va llorando.
-No quise decirle que se vaya, no se ofenda así. Es sólo que no me gusta reírme delatante de una dama. Soy ajedrez, Lucía, no entiende.
Diego grita en vano; Lucía se ha retirado del salón.
-“Hiciste mal en tratarla así”–le dice una voz-
-“No entendés que ella no entiende”- comenta otra.
-Ella no quiere entender. Ella prefiere creer que yo no existo, que soy uno más de ustedes, que en cualquier momento me voy a morir cuando ella lo desee o cuando menos lo quiera, que puede ser lo mismo. Silencio, ahí vuelve.
(Lucía trae un balde. Mientras limpia el piso manchando con barro, piensa: “El amor tiene eso, nos hace inventar verbos o nos hace ejercerlos de otra manera. Diego me hace inventar verbos todo el tiempo”).
Se sugiere ver el post anterior.
-Por favor Diego, no diga eso, ¿qué tienen de tierno mis goteras, mis rodillas?
-Yo no hablé de sus rodillas, Lucía. Sus rodillas no me producen ternura.
-y ¿qué es entonces lo que le producen mis rodillas que no puede dejarlas de tocar?
-No he venido hasta aquí a hablar de eso.
-Usted no habla de lo que no quiere, Diego, tampoco se muestra. Y eso es lo que más me molesta, que usted sabe tanto de mí y aún así decide quedarse y quiere saber más y yo piso mi vestido y le muestro hasta mis muslos y usted tan sólo limpia sus botas en mi puerta.
-Soy un caballero. Los caballeros no abrimos el juego, salvo delante de otros caballeros. Es algo así como el ajedrez.
-No sé jugar al ajedrez, tan solo a las damas o a la canasta, piernas, pares. Usted sabe, Diego, ese juego con cartas francesas.
- ¿Por qué juega a la canasta?, ¿por qué no juega al ajedrez, Lucía?
-Es que tantas figuras me marean; no entiendo la lógica del juego: de los peones, de los caballos, de alfiles, de torres y la reina juega un papel que no me agrada. No importa si la matan. Aunque es la más libre de todos para moverse, importa más que maten al rey. Ese es el juego. Las damas en cambio, son damas. Todas son damas, más allá de la raza.
-Me ha dejado pensando, Lucía. Tal vez el ajedrez sea un simple juego de hombres y para usted sea mejor jugar a la canasta, con sus amigas. ¿Me ayuda con mis botas?
-Sí, claro, permítame.
-No me tome del talón así, Lucía, me hace cosquillas.
-Disculpe no quise cosquillarlo
(creo que acabo de inventar un verbo).
-Por favor Lucía no haga eso. Eso de cosquillarme
Lucía suelta las botas. Se va llorando.
-No quise decirle que se vaya, no se ofenda así. Es sólo que no me gusta reírme delatante de una dama. Soy ajedrez, Lucía, no entiende.
Diego grita en vano; Lucía se ha retirado del salón.
-“Hiciste mal en tratarla así”–le dice una voz-
-“No entendés que ella no entiende”- comenta otra.
-Ella no quiere entender. Ella prefiere creer que yo no existo, que soy uno más de ustedes, que en cualquier momento me voy a morir cuando ella lo desee o cuando menos lo quiera, que puede ser lo mismo. Silencio, ahí vuelve.
(Lucía trae un balde. Mientras limpia el piso manchando con barro, piensa: “El amor tiene eso, nos hace inventar verbos o nos hace ejercerlos de otra manera. Diego me hace inventar verbos todo el tiempo”).
continuará mañana...
Agustina SaubidetSe sugiere ver el post anterior.
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