- Disculpá mi ignorancia sobre el tema, pero me podrías describir lo que se siente? -preguntó insistente ante mi falta de detalles.
Yo no podía mirarlo a los ojos. Sería nuestro último cara a cara, aunque en ese entonces ninguno de los dos lo sabía. Atiné a responder: -Lo que siento es que hay algo demasiado grande, que tiene que salir por un espacio que es muy chico. Y yo sé que si lo dejo salir... va a doler.
Nuestras lecturas se encontraron en ese instante y las lágrimas estallaron sin pedir permiso alguno. Todo intento por contenerlas se convertía en estallido, así que eventualmente (tal vez en segundos que parecieron eternos) dejé de intentarlo. Su veredicto fue que duplicáramos las sesiones, que retiráramos la mirada. El mío fue exponer la fisura hasta que doliera, sangrar la herida.
Años después me seguía repitiendo sin diego ni diván en cada algo demasiado grande.
Pensé tal vez que matando el pudor podría develar que no había nada vergonzoso en esa naturaleza rígida y constipada, más que el rastro de las ciudades transitadas lentamente (aún con ritmo frenético) y esa absurda negación a extirparlas.
En el fondo, el interrogante era si quien elegía conscientemente transitar su vida en el aglomeramiento de una Gran Ciudad, con la congestión y el atasco propio de sus calles, el embotellamiento en sus venas, podía sorprenderse u horrorizarse al toparse de frente con la obviedad de la obturación adueñándose de su aparato digestivo.
Nuestras lecturas se encontraron en ese instante y las lágrimas estallaron sin pedir permiso alguno. Todo intento por contenerlas se convertía en estallido, así que eventualmente (tal vez en segundos que parecieron eternos) dejé de intentarlo. Su veredicto fue que duplicáramos las sesiones, que retiráramos la mirada. El mío fue exponer la fisura hasta que doliera, sangrar la herida.
Años después me seguía repitiendo sin diego ni diván en cada algo demasiado grande.
Pensé tal vez que matando el pudor podría develar que no había nada vergonzoso en esa naturaleza rígida y constipada, más que el rastro de las ciudades transitadas lentamente (aún con ritmo frenético) y esa absurda negación a extirparlas.
En el fondo, el interrogante era si quien elegía conscientemente transitar su vida en el aglomeramiento de una Gran Ciudad, con la congestión y el atasco propio de sus calles, el embotellamiento en sus venas, podía sorprenderse u horrorizarse al toparse de frente con la obviedad de la obturación adueñándose de su aparato digestivo.
Lerinha.-
3 comentarios:
Cabalén: chapeau...clap clap
Gute
sea un cuento, un fragmento de diario, una improvisación...
es muy bueno!
besos
Gracias Sonoio! mejor dejarlo sin catalogar... sea un cuento, un fragmento de diario, una improvisación, o todos ellos juntos.
Gracias GUte... (te digo que tuve que Googlear chapeau??) jejejejje.
Besos!
Leri.-
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