jueves, junio 04, 2009

Hilvanada

“No lo tenían pensado. Yo nací después. Pero es cierto que hay una fijación con eso de tener tres hijas y llamarlas a todas Marías. Además en francés María Clara puede ser una marca de maquina de coser”(1), pensaba María sin mirar el cielo, observando el trazo punteado en serie que se formaba sobre la tela. Era cierto también que ella no podía formar parte de las constelaciones de sus padres. Tres Marías, más una y ella era ese más una. Ella era la cuarta y con esto, su mundo se modificaba en cada pedacito de tela que veía. Era difícil sentirse incluida en algo que se había armado antes de que ella hubiera nacido. “Nació de carambola” decía su madre sin ninguna clase de cuidado al referirse a ella. Nadie la esperaba, nadie la deseaba, como nadie desea que se le descosa un vestido o un pantalón nuevo.
María sabía que el secreto para el buen uso de una máquina de coser radicaba en el regulador de tensión. Sabía que si llegaba a comprender la sutileza de su uso, la vida en su casa le resultaría más liviana. Así, se pasaba horas comparando telas, puntos, llenando la casa de retazos. Solía coser de noche, en la piecita de servicio que estaba pegada a la terraza. Mientras todos dormían, subía con una taza de té que siempre dejaba enfriar hasta tomarlo casi helado. Luego prendía la radio bajita, se sentaba en la silla de madera gastada enfrente de la Singer, se sacaba los zapatos y con cuidado apoyaba su pie derecho sobre el pedal. Según la canción que pasaran en la radio, iba más despacio o más rápido; y así María se iba en ritmos y se iba también la prolijidad de las costuras (pero no le importaba demasiado). Cosía para ella, jamás para sus hermanas ni para sus padres, salvo que se lo pidieran. En ese caso, se tomaba su tiempo, no era cuestión de que creyeran que iba a estar ahí eternamente.
Es verdad –pensaba María- uno supone que las estrellas están ahí por siempre, pero las estrellas también mueren, se van apagando, hasta que casi ya ni se ven, pero uno no es conciente de la muerte de las estrellas cuando las estrellas no son nombradas. Y las tres Marías eran tres, no cuatro, tal vez la cuarta había nacido y muerto en el mismo momento o se fugó y se fue a formar la cruz del sur en horizontes evangelizados, qué sé yo –.
Sin dudas, ella había nacido para arreglar el mundo ajeno, para recordarles a sus padres que todavía se deseaban o tal vez, por descuido y efecto secundario, volver par la insoportable imparidad fraternal de sus hermanas.
De todas maneras, aunque se fugara de noche y se escondiera en la piecita del cuarto, al lado de la terraza, de día ella era parte de la serie: todos puntos iguales, parejitos; pero claro siempre hay un punto que queda suelto, flojo y tal vez en esa diferencia María se sentía más Clara que otra cosa.


Agustina Saubidet Bourel

(1) cita de un texto de Silvina Ocampo

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