Una vez conocí un pez que vuela, pero desde el vamos, yo no le creí del todo (dicen por ahí que ojos que no ven, corazón que no siente).
Después me dijo que bueno, que no eran todos los peces, que eran algunos, que él era uno de esos peces que vuelan (de los que hay pocos). Ahí le creí un poco más, pero seguía sin cerrarme mucho la historia.
Le pedí entonces que fuera más específico. Me dijo que los peces que vuelan tienen aletas con plumas (que era una cuestión genética); pero que si se mojan, nadie los quiere, porque entonces ya no pueden volar ; y eso, que lo hacía distinto al resto de los peces, desaparecía (no así su genética)
Me dijo que con la última lluvia su vida se había arruinado. Me dio pena…le dije que podía quedarse en mi cuarto, pero que no hiciera mucho lío (que para eso me tengo a mí). Me prometió quedarse quieto y hacerme bien.
Los días pasaban y sus plumas no se secaban; pero comenzamos a llevarnos bien, a charlar mucho y de alguna manera a querernos. Me contó sus grandes anécdotas, me hizo reír mucho; pero no todo era risa. De noche lo escuchaba llorar, me decía que quería volver a volar; pero que no podía, así, todo mojado.
Un día no aguanté más. Lo tomé entre mis manos, prendí el aire acondicionado (frío calor ), puse calor. Le dije que podía quedarse un rato en mi cama a secar sus plumas.
Me agradeció.
Al día siguiente ordenó sus cosas y se fue volando. Cuando lo vi volar, me di cuenta de que era verdad, que hay peces que vuelan; pero que también hay lluvia que moja y yo, como buen pájaro, decidí que era hora de aprender a nadar (por las dudas).
Agustina Saubidet Bourel
Foto Gonzalo Saenz
2 comentarios:
hermoso!!!
un disfrute para ser lo primero que lea en la mañana
muchas gracias señoritas
Gracias, Sonoio! Le mando un beso
Publicar un comentario