No sé, intuyo que volviste, sé que volviste sabiendo idiomas más raros que el inglés, francés, portugués, algo de lo que te acuerdes de latín del nacional (nominativo, vocativo, acusativo, genitivo, dativo y ablativo), o de griego. ¿Habrás vuelto de buscar lo que dijiste querer buscar?, ¿qué encontraste?; ¿encontraste otra pista sobre esta vida?; ¿por qué volviste? (yo no sé si quiero volver); ¿por qué esas fotos en tu blog?, esas, y no otras; y así todo, cancelaste puertas, seguro. Los moros suelen hacer esas cosas, me lo dijo mi abuelo, un abuelo que nunca conocí.
Pensé bastante. Debo admitir que lo que más recuerda mi cabeza de esas horas largas de charlas (y también de lluvia de domingo por ventana en paternal); lo que recuerda mi cabeza, fue tu forma de hablar sobre la docencia (claro, al mismo tiempo que encontraba los 9 cuentos de sallinger en tu pseudo mesa de luz, ¡qué buen libro! Un libro sin besos ni cachetadas, un libro sobre una pseudo mesa de luz). Y hablabas de la docencia y explicabas tan bien eso que yo siento y que nunca pude definir; y yo nunca pude decirte nada, esa noche madrugada mañana: No quería hablar, quería escucharte hablar (que es una poética manera de decirte que me hiciste callar, a mí que nadie me calla). Yo no pude decirte nada, lo único que te dije (mientras vos preparabas el café en ojotas ya casi al mediodía ya casi nublado (linda luz sobre tu cartelera cocina)), te dije, mientras vos preparabas café: “viste, esos momentos que no podés; pero esos momentos que no podés naaada”; y te reíste, con sonrisita de coté (esas cancheras que te salen). Me agradó escuchar que te rieras. Eso me hizo saber que vos eso lo habías sentido alguna vez, que lo habías pasado vos también y que por eso te reías, porque vos también habías sentido esos días en que “no se puede nada, pero nada…”y ahora, irónicamente (casi cínico), sonreías un poco melancólico tal vez; y otro poco, alegremente espontáneo, mientras preparabas el café.
Por eso los mails y la música: hay un silencio largo, pero lleno de ritmo y me gustaría contártelo por acá y no sé, tal vez te cuente (y te lo puedo contar porque no estás cerca que rima con algo moro) no sé, te podría contar que la percusión me cambió la vida, que encontré eso que quería y que por instinto siempre llevé.
Gute.
PD: Ojala no hayas tirado el tubo de pringles, y si fue así, dónde estés, comprate otro; pero no te comas todas las pringles, dejá algunas y partilas chiquitas (sino tenés arroz, suena bien igual, en cualquier ciudad medieval en dónde estés, aunque yo sigo prefiriendo el Caribe, y ahora ya sabés porqué, por los tambores, esos mismos que suenan en Salvador de Bahia).
Pensé bastante. Debo admitir que lo que más recuerda mi cabeza de esas horas largas de charlas (y también de lluvia de domingo por ventana en paternal); lo que recuerda mi cabeza, fue tu forma de hablar sobre la docencia (claro, al mismo tiempo que encontraba los 9 cuentos de sallinger en tu pseudo mesa de luz, ¡qué buen libro! Un libro sin besos ni cachetadas, un libro sobre una pseudo mesa de luz). Y hablabas de la docencia y explicabas tan bien eso que yo siento y que nunca pude definir; y yo nunca pude decirte nada, esa noche madrugada mañana: No quería hablar, quería escucharte hablar (que es una poética manera de decirte que me hiciste callar, a mí que nadie me calla). Yo no pude decirte nada, lo único que te dije (mientras vos preparabas el café en ojotas ya casi al mediodía ya casi nublado (linda luz sobre tu cartelera cocina)), te dije, mientras vos preparabas café: “viste, esos momentos que no podés; pero esos momentos que no podés naaada”; y te reíste, con sonrisita de coté (esas cancheras que te salen). Me agradó escuchar que te rieras. Eso me hizo saber que vos eso lo habías sentido alguna vez, que lo habías pasado vos también y que por eso te reías, porque vos también habías sentido esos días en que “no se puede nada, pero nada…”y ahora, irónicamente (casi cínico), sonreías un poco melancólico tal vez; y otro poco, alegremente espontáneo, mientras preparabas el café.
Por eso los mails y la música: hay un silencio largo, pero lleno de ritmo y me gustaría contártelo por acá y no sé, tal vez te cuente (y te lo puedo contar porque no estás cerca que rima con algo moro) no sé, te podría contar que la percusión me cambió la vida, que encontré eso que quería y que por instinto siempre llevé.
Gute.
PD: Ojala no hayas tirado el tubo de pringles, y si fue así, dónde estés, comprate otro; pero no te comas todas las pringles, dejá algunas y partilas chiquitas (sino tenés arroz, suena bien igual, en cualquier ciudad medieval en dónde estés, aunque yo sigo prefiriendo el Caribe, y ahora ya sabés porqué, por los tambores, esos mismos que suenan en Salvador de Bahia).
Recuerdo la jota en portugués
Zumbido al oído
como jeito
eu gosto de teu jeito
teu jeito
de cara mora,
Cara, mora libre!
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