López tuvo entonces un sueño extraño, esos que en raras ocasiones pueden reproducirse, esos que te hacen despertar transpirado ignorando el lugar donde uno ha dormido (aunque sea la cama de siempre, con la mesa de luz de siempre, sobre la almohada de siempre). Esos sueños que al recordarlos no son lógicos, pero al momento de vivirlos su sentido es transparente. Pero claro, los sueños nunca son los mismos, como las arrugas de la cama (salvo las de las revistas de decoración donde todo se encuentra en el lugar preciso y nada podría ser de otra forma). Los sueños en cambio siempre son distintos.
López había soñado con un parque oscuro, profundo, rodeado de sauces llorones, laureles y eucaliptos. Sus manos tenían un líquido viscoso del que Lopez no lograba deshacerse. Todo el sueño había transcurrido bajo esta lucha entre sus más y aquella extraña sustancia.
El teléfono suena varias veces, hasta que López finalmente consigue despertarse, pero no llega a atender. No puede levantarse de la cama, se siente como Gregor Samsa.
Mira su cuarto tan pulcramente ordenado y por primera vez le da asco tanta limpieza, tanto orden: su camisa planchada en el respaldo de la silla, presta a no ser usada; su traje demorado en la percha detrás de la puerta del cuarto (por un momento López piensa que podría cobrar vida y tiene miedo). Mira su mesa luz de madera oscura, vacía de cualquier emoción, un despertador silencioso que detiene el tiempo entre sus agujas. No hay nada peor que el silencio de su casa, no hay nada peor que la sombra del mediodía sobre su cara. (¿continuará?)
Agustina Saubidet
PD: gracias por tu texto, hermanita, aquí modestamente intento continuarlo, aunque presiento que hay historias que no tienen fin. Gute
López había soñado con un parque oscuro, profundo, rodeado de sauces llorones, laureles y eucaliptos. Sus manos tenían un líquido viscoso del que Lopez no lograba deshacerse. Todo el sueño había transcurrido bajo esta lucha entre sus más y aquella extraña sustancia.
El teléfono suena varias veces, hasta que López finalmente consigue despertarse, pero no llega a atender. No puede levantarse de la cama, se siente como Gregor Samsa.
Mira su cuarto tan pulcramente ordenado y por primera vez le da asco tanta limpieza, tanto orden: su camisa planchada en el respaldo de la silla, presta a no ser usada; su traje demorado en la percha detrás de la puerta del cuarto (por un momento López piensa que podría cobrar vida y tiene miedo). Mira su mesa luz de madera oscura, vacía de cualquier emoción, un despertador silencioso que detiene el tiempo entre sus agujas. No hay nada peor que el silencio de su casa, no hay nada peor que la sombra del mediodía sobre su cara. (¿continuará?)
Agustina Saubidet
PD: gracias por tu texto, hermanita, aquí modestamente intento continuarlo, aunque presiento que hay historias que no tienen fin. Gute
1 comentarios:
Y de repente descubrió que el sonifo del teléfono en su sueño no había sido otro que el despertador a la realidad, que yacía allí, mudo y sin movimiento ahora, porque la cuerda se había terminado. Y López se desperezó, para ir a ver esa cara de siempre en el espejo del baño, y resignarse a seguir con la rutina, por esta mañana un poco tardía, y gozar del no tan habitual regaño del patrón.
Publicar un comentario