jueves, julio 22, 2010
La función de la mirada: puntos de fuga en una Calesita
Y hay veces que es mejor dejar antes… y algo me hizo acordar a un perfume de calesita, como si una voz me hubiera dicho “había una vez…”, una voz como los musicuentos…, y algo me llevó a la calesita y a pensar que eso es un poco cada dolor, es una vuelta más en la calesita con la esperanza de que eso que dolió no vuelva a pasar y después no agarrás la sortija y te empezás a poner mal cuando pasan las vueltas y no ganaste la sortija, por no ser el infante perfecto, por ser gruñon -y esto vale para todos- y cada vez que estás a metros del sortijero, ese hombre parado, con bigotes, un sweater beige, como rayado y pantalón marrón (lo veo, ahora en mi cabeza ese recuerdo, esa cara que te vuelve en cada vuelta) te duele la panza, te transpira un pié, cuando estás cerca del sortijero y mirás sus manos, de golpe, el resto del cuerpo cáe, y de los ojos iluminados, desesperados y pícaros del infante, sólo queda un rastro debajo de los párpados... cuando los ojos se abren, vuelve la desesperanza. Una y otra vez, con cada vuelta perdida, hasta que en una vuelta, ya cuando el movimiento del caballo dejaba de ser la amenaza para atrapar la sortija y empezaba a ser lo adorable…el movimiento del caballo (mi abuelo criaba caballos) cuando te das cuenta que ya no importa ganar la sortija, que con estar subido al caballo ya vale la pena la vuelta, una vuelta que no vuelve a atrás, sino que gira, como el eterno retorno…
Hasta que en una vuelta, puede pasar, que un día agarrás la sortija, porque ya sabías de memoria el movimiento zizagueante de la mano del sortijero, esa mano que abanicaba fuerte una madera como de calabaza y en su punta, el trofeo: la sortija. Y lo peor de recordar esto de adulta, es que cuando lo pienso (cosas que no pensaba de niña) la sortija lo único que te daba de premio, era una vuelta más… pienso en Sarah Bianchi, debió haberse ganado muchas sortijas porque se murió de viejita viejita, esa gran titiritera, cuántas vueltas se ganó en calesita.
Pero esto lo pienso ahora, el premio era una vuelta más, y otra vez los nervios y los ojos brillantes y el movimiento del caballo que siempre hace que se me enquilombe agarrar la sortija; pero cuando la agarraba me sentía un heroína, sabía sus movimientos de memoria, pero hubo algo que siempre recordé, más allá de la sortija y el movimiento de la mano. El sortijero no se ponía mal si perdía la sortija, muy por lo contrario, hacía una mirada pícara con el ganador, complice dijiste, como un secreto entre dos; y entonces la vuelta ganada ya no es la misma vuelta, porque ahora hay un secreto, un secreto entre el sortijero y yo… ahora hay un secreto, que no vale más que un abrazo, un cd, una bufanda, una campera, una cosquilla, un despertador, un cable, de red una lámpara, una música, esa música que uno no puede escuchar siempre, porque esa música guarda un secreto que ya no tiene vuelta y le sobran las sortijas, y las músicas de las calesitas nunca me gustaron.
Agustina Saubidet Bourel / Gute
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