Tengo frío, un frío incómodo que no se abriga con un saco, ni con un pulóver tejido por abuelas. No es un frío entendible: no es porque se comió o se durmió poco. Es un frío que sale de la parte superior de mi cuerpo, que se despliega hasta los hombros, se esparce hasta los codos hasta culminar con dedos fríos, en las puntas de las yemas que siento, lanzan rayos de energía congelada.
Mis piernas, en cambio, parecen habitar el caribe; debe ser por el baile, siempre circulan entre acordes. Mis piernas no tienen frío, nunca tuvieron frío; mis manos en cambio, de temperatura antagónica a mis piernas, ruegan que el frío pase, que pase pronto.
Siempre me pregunto qué parte de mi cuerpo tiene razón; si soy yo la que genero tal antagonismo (agon, lucha griega, bella palabra, agon, agonía, lucha entre la vida y la muerta).
Así se debate mi cuerpo, entre la vida y la muerte, como todo cuerpo; pero no pienso a menudo en eso, pienso en eso cuando escribo, reflexiono; porque a decir verdad, en lo único que pienso es que tengo frío, un frío incómodo y me abrigo; pero mis manos siguen frías, porque no se puede escribir con guantes, odio los guantes, porque no puedo tocar las teclas con guantes, o agarrar la birome, o disparar una cámara de fotos, no se puede con guantes, y entonces prefiero tener las manos frías, pagar el precio de tocar la vida, sin nada que medie entre mi cuerpo y el mundo…
Yemas como bocas que besan aires.
Agustina Saubidet B.
PD: no se dan una idea de lo que me costó sacar esa foto.
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