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lunes, mayo 16, 2011

Filoso-Fa (m) – Traducción occidental Filosofía

Anoche la vi linda. En realidad era la de siempre (su belleza y ella); pero estaba más linda. Me preguntó si me pasaba algo, qué por qué la miraba así. Le dije que nada y enseguida me puse a enjuagar los platos e intenté pensar en otra cosa. Después fue hasta la heladera, sacó la manteca y medio sonrió, con una sonrisa a medias, de côté como diciendo “pucha”. Seguida a esa mirada una sola frase “No creo que alcance con esto”.
Le dije que nunca iba a alcanzar nada, que con ella nunca alcanzaba nada. Y se sonrió. Y vi en ella otra belleza, esa que se desprende de su timidez cuando sabe que hay frases que la vulneran; que son verdades de ella tan singulares, como la verdad de la cartera plagada de papeles, de maquillaje, de libros, de cuadernos, de biromes sin capuchón.
Le ofrecí una copa de vino. Sé que ella es de esas mujeres que sólo toman una copa y nunca con la comida. Me dijo que sí y sé que me dijo que sí por el sólo hecho de darme el gusto. Ella es de esas personas que siempre te dan el gusto, pero a fin de cuentas nunca sabés con certeza qué de lo que puedan darle le da a ella su gusto. Siempre dice que no sabe, que no puede, que no quiere. Y ella sabe mucho más de lo que intuye, pero decírselo sería como ponerme a discutir con su terquedad y entonces nunca le digo nada.
Cuando tiene una belleza calma (hasta cansada, diría), cuando sus ojos miran el mundo, entonces tiene una belleza que yo no puedo atrapar y lo sé y me da bronca, me da bronca que el mundo le llegue tanto porque eso la aleja de mí. Pero no puedo frenarla ni desarmar su pasado, sí sus gustos.
También me hace reír mucho cuando se burla de ella misma, cuando hace una caricatura de ella a mano alzada y me doy cuenta de que se conoce tan bien, que parecería que ningún misterio existiera y sin embargo, cuando la veo mirar el mundo sus silencios son tan misteriosos que apenas puedo intuirlos.
Hay puntos que se vuelve inaprensible, incluso para ella misma. Y se desborda, dicen que es por una cuestión de género, yo creo que es más bien por una cuestión de pasado sin contenido, un exceso de continente, puro eso, todo caos; y claro, también de rechazo absoluto a habitar un solo plano o serle fiel a un solo referente.
También es torpe a veces, apresurada y en esos momentos tiene en su mirada algo así como la ansiedad del niño la noche previa a su cumpleaños y ella, toda ella y su belleza entonces, se vuelven niña. Dispuesta a crearlo todo y atrapar el mundo con una mano. Ese momento de certeza de la creencia de que todo es posible, hace que toda ella se vuelva una pura potencia, un sentido sin palabra, y ahí salta y es tan bello su salto. Y luego cae y le resulta difícil levantarse, porque le resulta difícil volver a creer en el mundo después del golpe. Hay veces que dudo si en esos momentos como de llaga es bueno acercarse e intuyo que en ella habita la misma contradicción. Entonces deja de hablar, baja la mirada y se aparta.
Y es tan mágica porque en cuestión de segundos puede volver a simular ser eso que ven de ella. Pero ella sabe y yo sé que ella sabe que esa es la Sofía que más quiero, esa del filo tajante que te corta el cuerpo para que puedan habitar sus conceptos (así, todos fragmentados)
Agustina Saubidet
PD: una chiquita llamada Sofía, una vez, como a sus 9 años, me preguntó qué era ser sensible. Yo intenté explicárselo pero era realmente difícil hacerlo. Hice lo que pude hasta que en un momento corta mi explicación y me dice: “AH! Ya entendí, ser sensible por ejemplo es que cuando la seño reta a un compañerito y él se pone mal, a mi eso me pone triste y me dan ganas de llorar” (y sí Sofi, eso es ser sensible).

miércoles, marzo 25, 2009

Nietzsche y el eterno retorno y Nietzsche y ...


“vivir de tal manera el instante de querer su eterno retorno”
Hay algunas subjetividades capaces de afirmar este instante, pero no es tan fácil cómo creemos.
¿Qué pasaría si viniera alguien a proponernos que cada instante de nuestra vida se repitiera una y mil veces? Esa es, básicamente, la idea del eterno retorno de Nietzsche. Una idea potente, pero muy complicada de llevar a la práctica. ¿Qué instante elegiría uno repetir?; ¿qué estado del espíritu?
Así, como nos enseña Spinoza de la mano de Deleuze, un cuerpo se define por su capacidad de afectar y de ser afectado. La intensidad o el grado es una de las variantes que propone Spinoza. En general nosotros hablamos de estados de tristeza, de alegría, de ansiedad, de miedo; pero el estado es sólo una etiqueta. El grado en cambio, es lo que le agrega un adjetivo a ese estado y es lo que lo hace particular el interior de la paleta de colores del estado. La diferencia circula a partir de la intensidad, es decir, que la famosa fórmula nietzscheana contiene una trampa: el verbo querer (ahí radica la clave) ¿Repitiríamos la tristeza en igual grado de aquella otra tristeza que alguna vez sentímos? ; ¿puede repetirse a caso el mejor momento de tu vida, con la misma exacta intensidad? Ingenuamente creemos que sí, que ese bar que fuimos, que esa plaza que conquistamos, debe ser siempre perfecta. Pero cuando volvemos, ni el bar, ni la plaza nos generan lo mismo. Aunque quisiéramos repetirlo, eso es imposible, porque uno, en el medio de proceso-devenir, ya no es el mismo.
Creer que uno puede elegir ser el mismo, y sentir lo mismo en igual grado, sería congelar el movimiento propio que nos propone la vida.

En otro momento de mi vida he pensado: “¿qué va a ser de mi vida sin vos?” y hoy, casi por azar o porque soy distinta o porque me hacés distinta, me pregunto: “¿Qué voy a ser con vos, sin mi vida?” y posiblemente el día que me conteste esto, yo ya voy a estar en otro lado, aunque sea envuelta en los mismos brazos y quiera repetir este instante transpirado, una y otra vez.

Agustina Saubidet

PD: es como el mar, es como el río de Heráclito.
Gracias Noe por la foto de Caleta Horcón, Chile 2009.