
“vivir de tal manera el instante de querer su eterno retorno”
Hay algunas subjetividades capaces de afirmar este instante, pero no es tan fácil cómo creemos.
¿Qué pasaría si viniera alguien a proponernos que cada instante de nuestra vida se repitiera una y mil veces? Esa es, básicamente, la idea del eterno retorno de Nietzsche. Una idea potente, pero muy complicada de llevar a la práctica. ¿Qué instante elegiría uno repetir?; ¿qué estado del espíritu?
Así, como nos enseña Spinoza de la mano de Deleuze, un cuerpo se define por su capacidad de afectar y de ser afectado. La intensidad o el grado es una de las variantes que propone Spinoza. En general nosotros hablamos de estados de tristeza, de alegría, de ansiedad, de miedo; pero el estado es sólo una etiqueta. El grado en cambio, es lo que le agrega un adjetivo a ese estado y es lo que lo hace particular el interior de la paleta de colores del estado. La diferencia circula a partir de la intensidad, es decir, que la famosa fórmula nietzscheana contiene una trampa: el verbo querer (ahí radica la clave) ¿Repitiríamos la tristeza en igual grado de aquella otra tristeza que alguna vez sentímos? ; ¿puede repetirse a caso el mejor momento de tu vida, con la misma exacta intensidad? Ingenuamente creemos que sí, que ese bar que fuimos, que esa plaza que conquistamos, debe ser siempre perfecta. Pero cuando volvemos, ni el bar, ni la plaza nos generan lo mismo. Aunque quisiéramos repetirlo, eso es imposible, porque uno, en el medio de proceso-devenir, ya no es el mismo.
Creer que uno puede elegir ser el mismo, y sentir lo mismo en igual grado, sería congelar el movimiento propio que nos propone la vida.
¿Qué pasaría si viniera alguien a proponernos que cada instante de nuestra vida se repitiera una y mil veces? Esa es, básicamente, la idea del eterno retorno de Nietzsche. Una idea potente, pero muy complicada de llevar a la práctica. ¿Qué instante elegiría uno repetir?; ¿qué estado del espíritu?
Así, como nos enseña Spinoza de la mano de Deleuze, un cuerpo se define por su capacidad de afectar y de ser afectado. La intensidad o el grado es una de las variantes que propone Spinoza. En general nosotros hablamos de estados de tristeza, de alegría, de ansiedad, de miedo; pero el estado es sólo una etiqueta. El grado en cambio, es lo que le agrega un adjetivo a ese estado y es lo que lo hace particular el interior de la paleta de colores del estado. La diferencia circula a partir de la intensidad, es decir, que la famosa fórmula nietzscheana contiene una trampa: el verbo querer (ahí radica la clave) ¿Repitiríamos la tristeza en igual grado de aquella otra tristeza que alguna vez sentímos? ; ¿puede repetirse a caso el mejor momento de tu vida, con la misma exacta intensidad? Ingenuamente creemos que sí, que ese bar que fuimos, que esa plaza que conquistamos, debe ser siempre perfecta. Pero cuando volvemos, ni el bar, ni la plaza nos generan lo mismo. Aunque quisiéramos repetirlo, eso es imposible, porque uno, en el medio de proceso-devenir, ya no es el mismo.
Creer que uno puede elegir ser el mismo, y sentir lo mismo en igual grado, sería congelar el movimiento propio que nos propone la vida.
En otro momento de mi vida he pensado: “¿qué va a ser de mi vida sin vos?” y hoy, casi por azar o porque soy distinta o porque me hacés distinta, me pregunto: “¿Qué voy a ser con vos, sin mi vida?” y posiblemente el día que me conteste esto, yo ya voy a estar en otro lado, aunque sea envuelta en los mismos brazos y quiera repetir este instante transpirado, una y otra vez.
Agustina Saubidet
PD: es como el mar, es como el río de Heráclito.
Gracias Noe por la foto de Caleta Horcón, Chile 2009.