No nos tomamos el tiempo para ver cómo pasa el tiempo y un día miramos el horizonte y descubrimos que está contaminado, que todo tiene que tener un nombre y un sentido, que mientras más alto y más grande , mejor; que debemos ser eso que nos dicen que somos, y mientras uno pierde el tiempo en descubrir quién es, ese monstruo llamado progreso, invade los espacios que antes estaban libres.
De golpe, descubrimos que aún nos conmueve ese detalle de un horizonte no contaminado.
Ayer, sin ir más lejos, caminando por el campo, redescubrí los olores de mi infancia y lo que más me alegró de todo ese encuentro con el campo, fue darme cuenta que aún a pesar de los años invasivos de la ciudad, sigue dándome esa exacta sensación de paz, paz; esas ganas de caminar sin rumbo, de subirme a una tranquera a mirar nada y verlo todo, de tomar mate rodeada de verde sentada el pasto; de observar cada canto de hormiga, cada movimiento de marea de árboles, sin emitir ni una palabra, porque la palabra sobra en el campo.
El frío del campo es más intenso, pero es mucho más lindo que el frío de la cama vacía citadina; las horas en el campo conservan un más allá del tiempo, donde las horas se miden en función de un sol que parece perdonarnos todo, incluso su olvido; dónde todo puede hacerse ahora o dentro de tres años; donde el presente es un futuro igual de verde, donde las distancias son la poesía del paso, la metáfora del tiempo.
El progreso avanza y, sin embargo, yo me detengo aún a vivir esa emoción del campo, de esa tranquilidad no atrancada en ninguna tranquera, donde mi mirada está mucho más allá de dónde estoy y recuerdo quién fui de chica cuando caminar sin rumbo no me daba miedo, ni representaba un abismo, (el caminar y la noche son lo mismo, por momentos) y sigo pensando que algún día me gustaría quedarme en el campo, para mirar horizontes menos contaminados y sentir que el frío del campo es mucho más lindo porque es mucho más fuerte, más intenso, tal vez porque el progreso avanza y es la muralla que nos protege de cualquier emoción sin filtro.
El progreso avanza y por suerte, el campo sigue alejado del progreso y de la palabra, más cerca de noche, más cerca del silencio, más cerca de mí, detenida en mí sin ser yo, de esa yo que mira la nada, viéndolo todo: un horizonte y yo detenida en él.
Agustina Saubidet, texto y foto, Lobos invierno 2010
6 comentarios:
la foto es fantástica
de lo que me gusta pintar...y en el progreso no creo...creo
un besooo
usted pinte y yo creo un beso, pa´usté, mientras tanto.
Gracias siempre por estar, Sonoio!
besotes muchos, de los creados.
Gute
Gracias por mostrarme en una imagen el maravilloso recuerdo que uno no puede desprender de su infancia.
Saludos
Un placer Viruta, aunque me quedan dudas si es la foto o es el texto el que lo condujo a rememorar aquel recuerdo de la infancia.
Abrazo
Gute
Que bien que me hace leerte... cada tanto extraño este blog y vuelvo...de todos los blogs que recorrí, éste me da esa sensación de paz que describís acá...será que a los demás los han atravesado demasiado el "progreso". Hay un silencio, un vacío y un frío que solo es posible disfrutar en ciertos contextos, estoy muy de acuerdo... besos Briyit
Briyit, cuánto me alegra su comentario, que aquí encuentre alguito de todo eso que usted dice, me emociona y se abradece profundamente.
Le mando un abrazo lleno de desprogreso.
Gute
Publicar un comentario