miércoles, mayo 05, 2010

La caída

Sobre el tercer estante de la heladera, una cacerola de metal azul a medio cerrar que deja ver una base de arroz con carne, cebolla, ajo, morrón, todo podrido, pegado, marrón, todo marrón, hasta el olor. En el centro de la cacerola, una capa de moho blanca y verdosa donde descansa congelada una cucaracha de patio, atrapada como en una teladearaña.

Por una hojota que se enreda en la base de la heladera, Marta cae sobre el mosaico frío. El impacto no le impedirá pensar que de no escucharse su caída, pueden pasar semanas hasta que alguien dé con ella. Se angustia, piensa en la cucaracha congelada, seguramente nadie vino a socorrerla. Ella piensa que ni el portero sabe de su caída.

Observa con detenimiento la situación como buscando objetos que puedan ayudarla a imaginar una salida. Con cuidado, extiende su mano sobre el tercer estante, ese mismo que sostiene a la cacerola. Entonces, trata de utilizarlo como punto de apoyo para incorporarse, pero la fuerza es mayor y el estante cede y se desmorona rompiendo el vidrio de la parte inferior de la heladera, con tanta mala suerte que la cacerola rueda junto con un montón de vidrios hasta su cabeza.

-Al menos de hambre, no voy a morir –piensa Marta quien cierra los ojos, respira hondo y hunde su mano reumática sobre la capa espesa de moho.

Agustina Saubidet Bourel


4 comentarios:

sonoio dijo...

sabe señorita me parece que comparto con marta una visión muy parecida de la vida

un gran beso bizomática

Bizomáticas dijo...

me pregunto, cuál será esa visión? intuyo que su presencia en esta vida, dista bastante de la imagen de Marta.
Abrazo bizoumáchico.
Gute

sonoio dijo...

mi respuesta es sencilla cuando el mundo se derrumba sobre nosotros, siempre siempre hay algo que nos sustente aunque sea el piso...
pd
gute me siento muy feliz de conocerla

M dijo...

Soledad, abandono. Morir solos no es razón suficiente para estar solos acompañados. De menos apestamos después de muertos y alguien lo notará, a menos que sea en el desierto de arena, o en el de nieve. ¿Pero qué importa si ya no estará uno allí después de muerto?