De repente la constelación de estrellas se equivoca, y yo estoy aquí con vos. En un bar. Como esa vez que me cediste la espuma de tu capuchino, qué tonta te pregunté si no te gustaba. Claro que sí, pero te gustaba más cedérmela. Estúpidas constelaciones de estrellas y mariposas que no llegan. Y la analogía de la vidriera y no puedo creer que te lo dije. ¿Realmente mencioné que yo necesitaba enamorarme de las cosas antes de comprarlas? Que ahí sí, no me importaba el precio, pero que no podía simplemente comprar algo porque me parecía que estaba "bien"? Y así dejé que te fueras, y me quedé con el aroma a nuestras hormigas cosmopolitas que devoraban viñedos en lo alto de montañas lejanas. Me quedé con las luces bajas y las velas refractando en mi rostro como tanto decías que disfrutabas. Te fuiste y volvió el placer de verme a través de esa mirada… y vos cambiabas de cara y me volvías diferente. La morena que en tu tango caminaba arrastrando su halo. La italiana de tu bife marcado y sólo así, qué buen bife! La mujer de tus poemas que existió mucho antes en el deseo de dedicarlos. Esa no era yo, eras vos. Pero... fueron lindas esas fotos. Y aún así siempre yo, que no compro. No puedo comprar. Aunque me muera de ganas, está claro que no muero porque ahí donde mora el encuentro no enamora… ahí no puedo quedarme, ahí no estoy…
Y la nave se va… Y pasa el tiempo y pago precios muy altos para estar con él, que no sos vos, que no tiene nada que ver conmigo. En él con quien no disfruto de verme en su mirada porque su mirada no dice nada, no habla de mí porque no me ve. Me tiene en frente y nunca me ve (o es mudo?). En él con quien pierdo la cabeza y se vuelve tan lindo perderla de vez en cuando. En él que no presentaría a mi familia, que no simpatiza a mis amigos… En él, Que no parece más que un impulso de autodestrucción y de almohadas revueltas. De pieles entrelazadas, pieles latientes, hambrientas, enfurecidas. Pieles que se rozan, se provocan, se amalgaman, se escalofrían. Pieles que simulan mariposas, pero con cosquillas, con cuellos orejas nucas lenguas… que no vuelan. ¿Y qué constelación de estrellas?, ¿Qué fuerza errática me impulsa a pensar en él, a acercarme como no puedo con vos? ¿A abrirme aunque no interese, aunque duela de soledad más que el estar sola? Hasta que llega la anestesia y ya da igual. Está claro que no reconozco el final porque relaciones anestesiadas no terminan… A menos que un día él empezara a verme, y se haría evidente que no hay nada ahí para vernos, no hay encuentro posible, y la que se iría soy yo, lo sé.
Algunos lo llaman histeria. (Vos Gute, cómo lo llamarías?).
Y me gusta estar sola. Eso es lo que digo. Me gusta estar conmigo y mis amigos, tenerlos y añorarlos… Valoro tanto mi tiempo, mi libertad, mi exclusividad, que sólo los dejo por personas especiales, jurídicas e internacionales. A menudo pareciera un mal trato. Yo lo pienso y lo pienso y no lo pienso demasiado porque la inercia va hacia allá. Porque pensar frena, pensar puede cambiar, pero aún peor... puede doler de ansias de cambio radical. Y nunca es momento para tanto. Nunca, es siempre, es ahora. Y ahora no es el momento pero ¿qué tal si fuera siempre así?
¿Qué tal si mi fortuna fuera la puerta de una vida anestesiada?
Busco una verdad evidente que se presente ante mí, ineludible.
Y cuando lo hace...
Decile que llame después, sí? Ahora estoy agotada.
V.-
sábado, agosto 02, 2008
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