El tango muchas veces nos sorprende, nos deja helados, congela nuestros tiempos y los hace, magníficamente eternos presentes…conjugamos fórmulas, pensamos con alas, soñamos, tocamos las nubes con los ojos, emocionamos al mundo cuando nos observa sentirlo…el tango nos hace olvidar los vacíos pasados, rescribe nuestra historia, desdibuja nuestras imperfecciones, nos hace creer imprudentemente poderosos, con un poder que a nadie molesta, ni pide permiso…entonces irrumpe el deseo por el tango, de observar al tango, de vivenciarlo como un sonido eterno…a la vuelta, cuando nos tomamos el bondi perfectamente vacío ese de las 3 de la mañana, nos lanzamos al recuerdo de la noche, siempre del lado de la ventanilla y repetimos en nuestra cabeza una y otra vez aquellos momentos sin cansarnos; bah, o a cualquier hora del día, porque el día no tiene horas, porque el reloj siempre está a destiempo cuando estamos lejos del tango que amamos…y cuando estamos de nuevo juntos jamás medimos el tiempo y siempre es temprano para despedirse.
Contamos sencillamente con la certeza de amarlo, de quererlo así, con sus imperfecciones, sus pasiones, su aparente petulancia, sus ternuras infantiles, sus broncas sin razones, sus venganzas siempre truncas: Pugliese, Troilo, Piazolla, jugando en la calle de piedra…
Somos tan distintos vos y yo, y sin embargo, cuando llega el tango,no nos importa esa distancia porque en ese momento somos uno, somos hermanos, amantes, amigos; nos tocamos con los ojos; nos besamos con las manos; desgastamos las suelas hasta bailar descalzos; desarmamos las convenciones y siempre y no sé por qué, despertamos burlas admirables de todo aquel que cree que el tango ha muerto.
Agustina Saubidet, Gute
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