HORACIO POTEL, SOBRESEIDO
"Si hubiera inventado mi escritura lo habría hecho como una revolución interminable. En cada situación hace falta crear un modo de exposición apropiado, inventar la ley del acontecimiento singular, tener en cuenta su destinatario supuesto o deseado; y al mismo tiempo pretender que esa escritura determinará al lector, el cual aprenderá a leer (a “vivir”) esto, que además, no estaba habituado a recibir. Se espera que renazca determinado de otro modo: por ejemplo, esos injertos sin confusión de lo poético sobre lo filosófico o ciertas maneras de usar los homónimos, de indecidibles, de estratagemas de la lengua –que muchos leen con confusión para ignorar su necesidad propiamente lógica.
Cada libro es una pedagogía destinada a formar su lector. Las producciones en masa que inundan la prensa y el mundo editorial no forman a los lectores, sino que presuponen de manera fantasmática un lector ya programado. De modo que termina configurando a ese destinatario mediocre que habían postulado de antemano. Por el contrario, al preocuparme de la fidelidad, como usted dice, en el momento de dejar una huella sólo puedo hacerla disponible para cualquiera: no puedo ni siquiera dirigirla de manera singular a nadie.
Cada vez, con todo lo fiel que se quiera ser, se está traicionando la singularidad del otro al que se interpela. A fortiori cuando se escriben libros de una gran generalidad: no se sabe a quien se habla, se inventan y se crean siluetas, pero que en el fondo, esto ya no nos pertenece. Orales o escritos todos esos gestos nos dejan, se ponen a actuar independientemente de nosotros. Como máquinas, o mejor como marionetas –me explico mejor en Papier Machine (Galilée, 2001). A partir del momento en que yo dejo (publicar) “mi” libro (nadie me obliga), devengo aparición-desaparición, como ese espectro ineducable que no habrá aprendido a vivir jamás. La huella que dejo significa mi muerte, por venir o ya advenida, y la esperanza de que me perviva [survive]. Esto no implica una ambición de inmortalidad, es estructural. Dejo aquí un fragmento de papel, me voy, muero: imposible salir de esta estructura, ella es la forma constante de mi vida. Cada vez que dejo partir algo veo mi muerte en la escritura. Experiencia extrema: uno se expropia sin saber a quien propiamente queda confiada la cosa que se deja. ¿Quién va a heredar, y cómo? ¿Habrá incluso herederos? Esta es una pregunta que hoy nos podemos plantear más que nunca. Una pregunta que me ocupa sin cesar.
El tiempo de nuestra tecno-cultura ha cambiado radicalmente con relación a esto. La gente de mi “generación”, y a fortiori los aún más viejos, estuvieron habituados a un cierto ritmo histórico: se creía saber que tal o cual obra podía o no sobrevivir, en función de sus cualidades, durante uno, dos o como Platón, veinticinco siglos. Pero hoy la aceleración de las modalidades de archivación junto al desgaste [l’usure] y la destrucción transforman la estructura y la temporalidad de la herencia. Para el pensamiento la cuestión de la pervivencia [survie] toma en adelante formas absolutamente imprevisibles.
A mi edad estoy preparado para las hipótesis más contradictorias con relación a este asunto: tengo simultáneamente, le ruego que me crea, un doble sentimiento que, de un lado, por decirlo sonriendo e inmodestamente, aún no se ha comenzado a leerme, ya que si acaso hay, ciertamente, un buen número de buenos lectores (algunas decenas en el mundo, quizás) en el fondo, será más tarde que todo eso tendrá una oportunidad de aparecer; pero también por otro lado, tengo la sensación de que quince días o un mes después de mi muerte ya no quedará nada. Excepto aquello que ha sido guardado mediante depósito legal en la biblioteca. Se lo juro, creo sincera y simultáneamente en esas dos hipótesis."1
Cada libro es una pedagogía destinada a formar su lector. Las producciones en masa que inundan la prensa y el mundo editorial no forman a los lectores, sino que presuponen de manera fantasmática un lector ya programado. De modo que termina configurando a ese destinatario mediocre que habían postulado de antemano. Por el contrario, al preocuparme de la fidelidad, como usted dice, en el momento de dejar una huella sólo puedo hacerla disponible para cualquiera: no puedo ni siquiera dirigirla de manera singular a nadie.
Cada vez, con todo lo fiel que se quiera ser, se está traicionando la singularidad del otro al que se interpela. A fortiori cuando se escriben libros de una gran generalidad: no se sabe a quien se habla, se inventan y se crean siluetas, pero que en el fondo, esto ya no nos pertenece. Orales o escritos todos esos gestos nos dejan, se ponen a actuar independientemente de nosotros. Como máquinas, o mejor como marionetas –me explico mejor en Papier Machine (Galilée, 2001). A partir del momento en que yo dejo (publicar) “mi” libro (nadie me obliga), devengo aparición-desaparición, como ese espectro ineducable que no habrá aprendido a vivir jamás. La huella que dejo significa mi muerte, por venir o ya advenida, y la esperanza de que me perviva [survive]. Esto no implica una ambición de inmortalidad, es estructural. Dejo aquí un fragmento de papel, me voy, muero: imposible salir de esta estructura, ella es la forma constante de mi vida. Cada vez que dejo partir algo veo mi muerte en la escritura. Experiencia extrema: uno se expropia sin saber a quien propiamente queda confiada la cosa que se deja. ¿Quién va a heredar, y cómo? ¿Habrá incluso herederos? Esta es una pregunta que hoy nos podemos plantear más que nunca. Una pregunta que me ocupa sin cesar.
El tiempo de nuestra tecno-cultura ha cambiado radicalmente con relación a esto. La gente de mi “generación”, y a fortiori los aún más viejos, estuvieron habituados a un cierto ritmo histórico: se creía saber que tal o cual obra podía o no sobrevivir, en función de sus cualidades, durante uno, dos o como Platón, veinticinco siglos. Pero hoy la aceleración de las modalidades de archivación junto al desgaste [l’usure] y la destrucción transforman la estructura y la temporalidad de la herencia. Para el pensamiento la cuestión de la pervivencia [survie] toma en adelante formas absolutamente imprevisibles.
A mi edad estoy preparado para las hipótesis más contradictorias con relación a este asunto: tengo simultáneamente, le ruego que me crea, un doble sentimiento que, de un lado, por decirlo sonriendo e inmodestamente, aún no se ha comenzado a leerme, ya que si acaso hay, ciertamente, un buen número de buenos lectores (algunas decenas en el mundo, quizás) en el fondo, será más tarde que todo eso tendrá una oportunidad de aparecer; pero también por otro lado, tengo la sensación de que quince días o un mes después de mi muerte ya no quedará nada. Excepto aquello que ha sido guardado mediante depósito legal en la biblioteca. Se lo juro, creo sincera y simultáneamente en esas dos hipótesis."1
Jacques Derrida (1930-2004)
-1 Fragmento de la entrevista "Estoy en guerra contra mí mismo" realizada meses antes de su muerte y publicada por Le Monde
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