Llovía mucho, me acuerdo porque te pusiste a limpiar el agua que habían entrado por la ventana, que yo decidí dejar abierta porque necesito aire (siempre necesito aire). Te dije que no te preocupes, que yo limpiaba, que te vayas solo, que yo me quería quedar.
Insististe. Yo insistí en quedarme, poniendo un tono dulce y fiacoso (una voz como de buzo desteñido y grande), prefiero quedarme sola, Necesito oler a café.
Me diste un beso y te fuiste. Y fue raro, porque en ese momento sentí que con vos se iba mucho más que vos.
Aseguré la puerta para que nadie entrara de sorpresa sin tocar, inclusive vos.
Me saqué los zapatos y el pijama y me puse un jean viejo con una musculosa con la espalda descubierta (quería tocarme el hombro derecho con la mano izquierda). Aproveché y conté mis pecas, que eran más que la última vez que las contaste. Puse música, pero no quise bailar. Me acosté en el sillón. Prendí la tele, la apagué. Fui al cuarto. Intenté inscribir y no pude. Y no me insistí más con probar cosas que ya probé que no funcionan cuando uno está raro con la vida. Entonces, me prendí un cigarrillo y me serví el segundo café, que nunca tiene el mismo olor que el primero, pero sabe más rico (el segundo café es siempre anterior al mate).
Me acordé de esa sensación, esa sensación de incomodidad con el mundo, que me enmudece (yo que tanto hablo, que tanto repito, que tanto deseo, que tanto quiero, qué hablo tanto, qué tanto repito, qué me repito, qué tanto deseo, qué tanto quiero, ya no eras vos, tampoco era yo, ya no era casi nada de lo que se había vuelto mi vida). Me invadía la misma extraña sensación que tenía de chica (y en la adolescencia también, y en la adultez temprana, que sería ahora).
Miré la puerta atrancada y me acordé de esa canción que decía algo así como que uno cuando atranca las puertas es para dejar las mentiras afuera, pero también la posibilidad de una verdad. Y ese día, necesitaba atrancar la puerta y quedarme en casa, sin mentiras, ni verdades, oliendo a café que es la única cosa válida que habita en una casa cuando uno está solo y no quiere nada más que dejar de sentirse así y que nadie te golpee la puerta para preguntarte qué te pasa, porque es lo mismo de siempre y en esas sensaciones cualquier cosa que te digan te pone peor, cualquier compañía es molesta, como el calor de noche y su fastidio. Esos días demoro el mate, y cada vez que entro a la cocina huelo a café y me acuerdo que nunca tomé un café con leche más rico que el primero que tomé, y que me preparó mi papá cuando yo tenía tres o cuatro años y descubría por primera y última vez que el olor de café y su gusto era iguales; porque después de eso, el olor y el gusto del café se separaron, dejando un hueco donde habita esa sensación como de espera de algo, algo tan sencillo como que el olor y el sabor del café, alguna vez, vuelvan a ser lo mismo.
Agustina Saubidet
5 comentarios:
Soledad, melancilía y recuerdos. A veces el presente es un golpe bajo, pero comparado con el pasado. Y el presente curiosamente, es probable, que sea añorado en un futuro como un pasado dorado. Olores, resuerdos y sensaciones. Cuando ninguna compañía, por buena que sea, es bienvenida (y eso no demerita el valor de los seres queridos). Excelente escrito Agus.
Entonces sabe qué Luja, de lo dedico a usted, muy especialmente si hace clic en la palabra que más le guste, se asomará un abrazo volador, hasta el DF, directo para usted.
Besotes Mauri, estoy cerquita tuyo.
Càlido y triste relato. Y tambièn reflexiòn. Asistimos al nacimiento de la soledad como opciòn.
El otro dìa leì un poema de un checo que decìa algo asì como:
" No veo la resurecciòn como un despertar de trompetas. Màs lo veo como los sonidos que por la mañana hacìa mi madre en la cocina, mientras prendìa el fuego y usaba el molinillo de cafè"
Atte
hermosísima cita, ¿sabés de quién es?
Intenté buscarla pero no la encontré.
Yo creo que la soledad es un punto bastante ligado al arte y a la creación en general, a veces. También hay otras opciones como otros estados de escritura, ¿no? La soledad puede ser hermosamente poética, como ese momento del personaje del relato. Una vez un amigo muy querido, escritor, Samuel Poirier me dijo "Sólo hay escritura en la melancolía", no estoy tan de acuerdo con eso, pero a veces sí. Gracias por el comentario Carolvs. Atte. Gute
Gracias por tus comentarios.
El poeta se llamò Vladimir Holan, llamado el àngel negro de Praga, condenado al ostracismo , hoy serìa ninguneo, por sus colegas marxistas, por "burguès decadente" y cristiano.Por suerte tuvo gente que lo protegiò.
Seguimos leyendo Bizoma
Salve. Carolvs Imp.
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