viernes, agosto 10, 2018

¿qué las sacará de ahí?




Volví a Jujuy casi 30 años después. Ya no había niños que se pegaran al auto llenos de mocos en la cara, pidiéndote plata, ni tampoco tantas mujeres ancianas vendiendo tejidos artesanales que ofertaban a casi nada. Ahora tenían negocios. Me acuerdo que en aquel viaje de mediados de los 80’ por Jujuy, mi madre compró de todo y luego de cada compra, cuando volvía al auto, se le llenaban los ojos de lágrimas. A papá no. Estas cosas no lo hacían llorar. Rara vez lloraba. Yo aun recuerdo la cara de esos niños detrás de la ventanilla y su frente pegada al frío.

Jujuy ya no era igual ahora. Se la veía menos pobre y mucho más occidentalizada. La belleza de las montañas y su luz, seguía igual, como el cementerio de Maimará y su montaña detrás. Eso sí. Aprendí que la artesanía que se industrializa, se vuelven chuchería.

A veces en el mercado de Tilcara me detenía a ver a las mujeres y a los hombres que vendían sus papines, sus condimentos, sus yuyos, sus chucherías y la ropa buena, de oferta, que provenía del sobrante de los EEUU. Mientras tanto, observaba su quietud y me preguntaba si serían felices; si sería verdad la alta tasa de suicidios en Jujuy; o la cantidad de casos de incesto. 

En la tranquilidad de un pueblo mientras se camina, se piensa.

De chica imaginaba que las montañas que rodean Tilcara eran como dinosaurios dormidos. Hoy sigo pensando lo mismo.

Me entero de muchos dolores históricos. De muchas hipocresías injustas, viejas y actuales. Luego entiendo que tenemos el Senado que merecemos.

Hablar con Segato no me alivió, me inquietó aún más; pero me sentí menos sola.

Mientras conversamos en el mercado una mujer agarra de la oreja fuerte a su hija y la lleva arrastrándola. Segato reacciona como me hubiera gustado reaccionar a mí. Le grita a la señora. Hace evidente el exceso de poder de esa madre con su hija. 

Rita le dice a los gritos delante de todos que la va a denunciar. 

Le duele tanto como a nosotros tres. Sólo que ella se animó a decir algo frente la injusticia; y por eso la admiro.

Yo aún no puedo.

Recuerdo a otra mujer, en un comedor en la calle que compartimos en la base del Hornocal, esa mujer de unos 30 y algo que su marido la tuvo encerrada durante años, que sólo la dejaba ir a trabajar al mercado. La tenía presa, dijo. Luego le salieron alas y voló.

Se notaba, por la charla, que había sufrido mucho y que esa llaga posiblemente tardara siglos en curarse. Eso se notaba por su silencio y su mirar para abajo. Fue a la psicóloga, pero ahora no puede ir porque le queda lejos y tiene que trabajar y tiene cuatro hijos. Dos de ellos trabajan. La hija mujer es doméstica. Ella cuenta que vivió un tiempo en Liniers pero que a los meses volvió. Era adolescente y ya sabía lo que era amar la tierra.

A veces uno no sabe qué hacer con tanto dolor. La iglesia evangélica parece ser un buen sostén y aunque injusto que parezca, sostiene. Al menos a ella. Es fácil criticar el discurso religioso cuando no hay hambre ni miedo por la propia vida.

Pienso que es difícil recuperar lo perdido.

A veces lloro y no se ve. Los anteojos oscuros ayudan.

A ella la miré a los ojos y le sonreí.

Después conocí a Magalí. Otra mujer de unos treinta y nueve, sola, que salía del alcoholismo y actualmente es explotada por otra mujer que la hacía trabajar vendiendo empanadas con una comisión para ella de $20 la docena. Cada mañana o tarde temprana que salí a caminar, me la cruce a Magalí en una misma esquina, bajo el sol. Hablé siempre que pude con ella un ratito. Le desee suerte en el médico, parece que anda con una hernia de disco.

Magalí ya no tomaba. Ahora era explotada por otra mujer.

Me pregunto ¿qué la sacará de ahí?

Me pregunto ¿qué hombre podrá hablar así de otros hombres así de lastimados por el sistema?

¿Qué nos hará salir de ahí?


Cada 1 hora, mueren en Argentina 41 mujeres.

Mis pares, tus pares, nuestros pares. Siempre impares.


ASaubidetB